‘Infancia clandestina’: la resistencia inocente

Por los35milímetros (Cibrán Tenreiro)

La propuesta de la película Infancia perdida es más o menos sencilla: utilizar la visión de un niño para contar una historia, la historia, de la resistencia política durante la dictadura argentina. Y el esquema funciona, en general, bastante bien. Los conflictos políticos se entremezclan con los familiares y los deseos propios de un niño, un preadolescente, que son simples pero auténticos.

A Juan le dicen que ahora se llama Ernesto (“como el Ché”). Ha vivido en Cuba, exiliado, ha viajado por Sudamérica, ha tenido que separarse temporalmente de su familia. Ha pasado por muchas cosas extraordinarias y, al volver a Argentina para que sus padres continúen con su lucha clandestina, tiene que adoptar nuevas (viejas) costumbres.

El director, Benjamín Ávila, que vivió experiencias parecidas como hijo de “subversivos”, utiliza el punto de vista del niño a través de unas decisiones técnicas coherentes y acertadas. Le dan a la película un toque de calidez y curiosidad, a través de usar primeros planos muy cortos y tiros de cámara bajos. El usar a Juan como eje hace que la película contraste entre dos mundos diferenciados.

La casa es uno de ellos, un espacio frío y oscuro, un refugio pero al mismo tiempo un escondite. En ella hay amor, pero colándose a través de todos los mecanismos de seguridad y la posibilidad de que un final violento llegue en cualquier momento. Los espacios abiertos y exteriores funcionan de forma opuesta. Es en ellos donde la visión infantil se aprecia en su totalidad. La fotografía se vuelve más suave y agradable, y hay espacio para detenerse en detalles pequeños que aparentemente son insignificantes.

En paralelo a la actividad revolucionaria de sus padres y su tío Beto, la vida de Juan se estabiliza. Hace amigos bajo su nueva identidad y se enamora de una niña. Pero el espacio para esto es pequeño. Su tío y su padre lo discuten: es tiempo de compromiso, no de felicidad. La vida clandestina exige marcarse unas prioridades, y el lugar que ocupa la familia se desplaza. O el lugar que ocupa cualquier cosa. Y más para un niño cuando su deseo amoroso choca con su realidad.

Ávila utiliza con relativo acierto recursos más o menos novedosos. En algunos momentos puntuales sustituye la imagen real por dibujos de cómic que utilizan simbolismos potentes y coherentes. Esa dimensión simbólica también se ve en el par de secuencias oníricas que tiene la película. Son puntos de interés en una narrativa clásica y muy efectiva. Los problemas que se le pueden encontrar vienen cuando esa efectividad se acerca al efectismo y la visión infantil hace la historia más melosa.

Cuando se desequilibra el contrapunto entre el mundo adulto y el de Juan sin ser a raíz del propio argumento. Son fallos menores. El conjunto es interesante y muy agradable de ver (tal vez demasiado), aunque a veces denote un interés excesivo en agradar. Infancia clandestina no corre riesgos ni en forma ni en contenido, y eso la priva de ser una película importante, pero al mismo tiempo hace que funcione perfectamente.

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