‘Después de mayo’, una película inteligente, sensible y necesaria

Por Los 35 milímetros (Cibrán Tenreiro)

Después de mayo es una película inteligente, sensible y necesaria, compuesta de varios trayectos personales entre el final de la adolescencia y la primera juventud. Son trayectos de lo colectivo a lo individual, de la ilusión a la frustración, de una cierta seguridad a la duda permanente: Olivier Assayas plantea preguntas, debates e ideas a través de personajes densos, conflictivos en sí mismos. Como lo resuelve con éxito, aparecerá en el espectador tanto la reflexión como la emoción.

La primera secuencia de Después de mayo repite una imagen que Assayas ya había filmado en L’eau froide en 1994. En un aula de instituto, el profesor habla mientras los alumnos no muestran el menor interés. Especialmente,el protagonista. En L’eau froide unos LPs robados pasaban de mano en mano. En este caso es Gilles (Clément Métayer), que está grabando con su compás la a de la anarquía en la mesa. El liceo es el lugar de la educación para un joven, pero Assayas sabe bien que los puntos centrales en la formación de una persona son otros.

En la primera parte de la película, Gilles se mueve rápido. Sale corriendo de clase para vender periódicos revolucionarios. Huye de la policía en manifestaciones salvajes. Va de un sitio a otro en moto, compra (y lee) cuatro periódicos de una vez. Acude a asambleas donde se debate a gritos sobre estrategias revolucionarias, contra la represión policial. No está solo, sino que le acompañan amigos militantes. Junto con Alain (Felix Armand), Christine (Lola Créton) y Jean-Pierre (Hugo Conzelmann) se cuela en el instituto por la noche para llenarlo de sus reivindicaciones. Jean-Pierre termina siendo expulsado, así que los demás deciden vengarse de los jóvenes guardas que lo han delatado tirando un cóctel molotov contra su caseta. En la persecución, por accidente, uno de los guardas termina en coma. Aconsejan a los jóvenes marcharse de la ciudad para evitar posibles represalias, así que Gilles, Alain y Christine se marchan a Italia aprovechando las vacaciones, acompañando a un grupo de cineastas revolucionarios.

Este punto de inflexión marca el comienzo de la deriva de lo colectivo a lo individual. Las personalidades de los jóvenes van desarrollándose en paralelo a nuevas experiencias, la aparición de nuevos personajes y la participación en constantes discusiones políticas. Algunas son discusiones que parecen no existir ya en la vida real, sobre acciones prácticas o sobre cuestiones cruciales. Son las más interesantes, ya que otras parecen los mismos debates vacuos y dogmáticos de cualquier asamblea política. Sin embargo, la más crucial siempre ha sido la que se plantea cuando el grupo de cineastas proyecta una de sus películas en un pueblo italiano. “¿No debería el cine revolucionario adoptar una sintaxis revolucionaria?”. Hay argumentos a favor de simplificar el estilo, ya que lo importante es transmitir la lucha y el cine puede esperar. Hay quien dice que la revolución no es posible utilizando el lenguaje de los enemigos.

Assayas no transforma su estilo en algo radical o anticonvencional, sino que afina sus recursos hasta la perfección con la que ya se encontró en otras películas. La cámara se mueve libre, se acerca a los objetos y a los personajes, desarrolla los espacios en grandes planos secuencia y transmite al mismo tiempo, de forma casi milagrosa, la sensación de verdad y el hueco para que el espectador construya sus opiniones. No hay una preocupación por escoger una opción política, sino más bien por plantear la posibilidad de construír una propia, y las elecciones cinematográficas son consecuencia de esta idea. Los personajes tendrán trayectorias divergentes, pero todas terminan en la duda. La duda, el estado más frustrante y al mismo tiempo más necesario para la construcción de buenas ideas; el elemento excluido constantemente por la seguridad de los dogmas revolucionarios.

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