Pyongyang

Por Salvador Casado

Uno de los anuncios de viajes que más me llamó la atención este verano invitaba a pasar las vacaciones en Corea del Norte. En él se veía una gran foto de un sonriente Kim Jong-Il y por unos 1400 euros se abrían las puertas a todo el que quisiera visitar este país. Hace muchos años tuve la oportunidad de visitar Albania con un proyecto de cooperación pocos meses tras la caída del dictador Ali Berisha.

Me encontré con un territorio empobrecido lleno de búnkers y viejos camiones militares chinos, bloques de pisos de fachadas desvencijadas llenas de antenas parabólicas y gentes con ganas de irse del país. La experiencia fue como un viaje al pasado y algo así sentí con el anuncio norcoreano, la certeza de que hay muchos mundos…

Al acabar de leer el libro del quebequense Guy Delisle me hago una idea de lo que debe ser visitar Pyongyang. Pero lo que me causa asombro no es la uniformidad o el gris orwelliano que se aprecia en sus viñetas, sino la vacuidad del espejismo que nos hace decir “pobre gente, están tan alienados y no se enteran” desde una evidente superioridad.

Leyendo el manual de “Comunicación no violenta” de Marshall B. Rosenberg aprecio el enorme peso de nuestra educación en el modo en que se desarrolla nuestra comunicación y de forma más profunda nuestro pensamiento y el manejo de sentimientos y necesidades. Todos estamos indefectiblemente alineados por los patrones que impone a nuestros cerebros los años de educación en instituciones y familias. La gravedad estriba en nuestra ceguera. Vemos claramente que los ciudadanos de Pyongyang adolecen de muchos grados de libertad, pero somos incapaces de intuir la gran dificultad que tenemos para contactar profundamente con nosotros mismos y con los demás.

No es mi intención hacer comparaciones, tan solo elucidar algo a mi juicio transcendente: somos ciegos a lo verdaderamente importante. Corremos por la vida persiguiendo quimeras, desatendiendo lo que verdaderamente necesitamos, nuestras necesidades más profundas. Poder atenderlas es condición imprescindible para poder atender dignamente las de los demás. Sin habilidades de conexión interior tendremos grandes dificultades, lo que condicionará sufrimiento y enfermedad en muchas ocasiones.

Al final, más gente de la que parece vivimos en Pyongyang y lo peor es que no nos habíamos enterado.

www.doctorcasado.es

@doctorcasado

Comentarios

Hernani
Respuesta

Excelente análisis. No hay peor ciego que aquel que no quiere ver.

Responder a HernaniCancelar respuesta

nombre*

Correo electrónico* (no publicado)

sitio web