El sentimiento de tu soledad

Por Cris Moltó

La soledad es un buen lugar para encontrarse: se vislumbra nítida y transparente; no finge y tampoco aparenta. Se nos presenta como la única capaz de entendernos y acompañarnos en nuestro viaje de la vida..

Eso es lo que se desprende de nosotros cuando tenemos la certeza de que ni toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido. Deja que sea tu voz interior quien te diga: “Recuérdame” e inmediatamente después sé tú mismo quien repita lo mismo alto y claro: “Recuérdate”. Curiosa reflexión si lo que pretendemos poner de manifiesto es algo para lo que Alejandro Jodorowsky nos da la clave: “Cesa de inventarte que eres lo que no eres. Descubre tu verdadero yo escondido”.

Hay alguien por ahí que, anónima y muy acertadamente, afirma: “Mi soledad es la voz sin rumbo que clama inconsciente desde el silencio de mi consciencia”.  Y qué razón tiene. Equivocadamente, son muchas veces las que le tenemos miedo y… en nuestro encuentro con ella (la soledad), lo cierto es que suele hablarnos; tanto, que cuando lo hace su forma de comunicar resulta tan abierta y sincera que, de no estar preparados o, más aún, habituados, claramente preferimos no escuchar y evadirnos en nuestra vida.

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La soledad es un buen lugar para encontrarse: se vislumbra nítida y transparente; no finge y tampoco aparenta. Se nos presenta como la única capaz de entendernos y acompañarnos en nuestro viaje de la vida. Nunca jamás debería suponernos una amenaza susceptible de cuestionar todo aquello que pensemos y que, en realidad, sintamos. Respeto, simple respeto por nosotros, sus compañeros de travesía y recorrido. Y voz, silenciosa y revolucionaria voz, para amplificar la frecuencia y volumen de nuestro liderazgo interior.

Así es como se nos advierte el sentimiento de nuestra soledad. Así es como se nos descubre la necesidad de momentos que todos precisamos y que, queriendo o sin querer, inconscientemente todos buscamos y en el fondo anhelamos. Llegado el momento, el desafío radica en enfrentarnos a ellos, enfrentarnos a ella.

Nos empeñamos en rehuirla, temerla y hasta despreciarla y, sin embargo, cuanto más nos esforzamos en evitarla, sobrecogernos y rechazarla, más nos comprometemos y arriesgamos a sentirnos falsamente intimidados por el erróneo mensaje transmitido y lanzado hasta el día de hoy de que la soledad, los instantes que de ella florecen y los conmovedores sentimientos emotivos que se consiguen emanar espontáneamente se presumen como cualquier cosa salvo como lo que son: nuestro mejor aliado en el encuentro desnudo y verdadero de quienes dejamos de ser y en verdad somos. Sin tapujos, sin caretas y sin mentiras puesto que, justo ahí, la posibilidad de fraude y engaño ni tiene cabida ni existe.

Por ello, lejos de sentirnos amedrentados, lo que debemos hacer es expresar nuestra más honesta y profunda gratitud. Aquel que se esconde (antes o después) de un modo u otro, termina por encontrarse. El sentimiento de nuestra soledad se nos presenta como el virtuoso maestro con el que compartir la aceptación de lo que fuimos, lo que somos y… lo que, tal vez, logremos llegar a ser. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a responder y reconocer la autenticidad de su llamada?

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