El comienzo terrible del cuento de Pulgarcito

Por Antonio Rodríguez Almodóvar

“Érase una vez un leñador y una leñadora que tenían siete hijos, todos varones. El mayor tenía diez años, y el menor solo siete. (Puede ser sorprendente, pero es que a la esposa le cundía la tarea, pues los hacía de dos en dos). Eran muy pobres y los siete hijos eran una pesada carga, ya que ninguno podía aún ganarse la vida. [...] Sobrevino un año muy difícil y era tanta la hambruna, que esta pobre pareja resolvió deshacerse de sus hijos.” (Los abandonan en el bosque y el más pequeño urde diversas estratagemas para regresar al hogar, sin conseguirlo).

Es el comienzo de Pulgarcito, de Charles Perrault. Y de esta manera, tan terrible, comienza uno de los cuentos más célebres de todos los tiempos. De seguro que hoy en día ningún autor de literatura infantil se atrevería a iniciar un relato de forma semejante, pues de inmediato sería acusado de crueldad, de poseer una imaginación morbosa y muy probablemente de machista. Sin embargo, esa historia, la de unos niños abandonados en el bosque por sus propios padres, al no poderlos mantener, es tan vieja como el mundo y aparece prácticamente en todas las culturas.

Desde luego en ninguna de las versiones orales consultadas es tan desgarrador el relato como nos lo sirve el académico francés, con toda suerte de detalles escabrosos, que hoy tampoco pasarían por ell filtro la corrección política. En las españolas el asunto se despacha mucho más discretamente: “Hace ya mucho tiempo había un matrimonio muy pobre que tenía tres hijos. [...]Un día el padre les dijo que no podía seguir manteniéndolos y que tenían que buscarse la vida como fuera. Así que los tres hermanos decidieron marcharse”. Históricamente está comprobado que la práctica de abandonar a los niños que no podían ser mantenidos en un hogar pobre se dio en muchos lugares del planeta.

Pero por qué este cuento sigue contándose. ¿Cuál es su nueva carga simbólica? Como ya no somos niños los que nos ocupamos de estas cosas, no podemos saberlo con mediana exactitud, pero parece obvio que se trata de un preaviso a los hijos, que algún día tendrán que abandonar el hogar y labrarse su propia existencia, entre otros mensajes destinados a subrayar  valor de la inteligencia y la audacia (las del más pequeño, Pulgarcito, o Miguelín, o con cualquier otro nombre), en los procesos que conducen a la libertad individual. También en las versiones orales se produce una boda final de Miguelín con la hija del rey, rompiendo todas las normas del matrimonio concertado, etcétera. Ya ven. Las formas más antiguas de los relatos tradicionales son más avanzadas que las que se adaptaron después. Paradojas de la cultura.

Ilustración de BÀRBARA SANSÓ

Dejar un comentario

nombre*

Correo electrónico* (no publicado)

sitio web