Las heridas interiores

​Todos llevamos una herida interior. No siempre es fácil localizarla bien; saber exactamente su dimensión, comprender por qué nos duele tanto y hasta qué punto nos limita, ni sabemos muchas veces cómo sanarla. Pero nadie puede curarla mejor que nosotros. Eso es algo que aprendemos cuando llegamos al punto máximo de dolor, cuando nos atrevemos a hacer un viaje interior donde se recrea, se desgarra la herida, que nos permite el autoconocimiento y la aceptación.

Salir de la zona de confort creo que es uno de los primeros pasos hacia el autoconocimiento y lo que permite descubrir nuestra herida más profunda. No siempre somos capaces de hacerlo, y menos de golpe. Pero, al menos, cuando hay estados de angustia, de tristeza o de desesperación creo que deberíamos interpretarlos como una señal de que algo no va bien, de que tenemos que buscar y localizar qué necesidad no satisfecha está pidiendo a gritos ser escuchada, ser sanada.

No hay autoconocimiento sin sufrimiento. Salir de la zona de confort y adentrarse en el descubrimiento de lo que nos ha ido ocurriendo a lo largo de la vida es duro, solitario, costoso… Además, supone aceptar cosas muy duras de nosotros mismos y de los demás. Tenemos que sentir la herida desgarrándose una y otra vez muchas veces y durante cierto tiempo para conocer bien y entender de dónde viene todo eso que nos duele tanto. Y hasta que no hemos conocido este dolor elevado a su máxima expresión, seguramente, no somos capaces de sanar esta herida, que es un proceso que implica plena consciencia y ​soledad; y al mismo tiempo, plena confianza en nosotros mismos. Y porque no nos queda más remedio muchas veces que curarnos.

Suele ocurrir, muchas veces, cuando vamos conociendo qué nos ha ocurrido a lo largo de la vida (y muchas veces, desde la infancia) para que se haya ido produciendo esta herida que supura de esta forma tan brutal, caer en el papel de víctimas. Lo somos, claro está. Primero, porque sufrimos, y esto nos debilita, nos quita toda la energía. Después, porque muchas veces somos niños heridos, seguramente, y esto es la mayor injusticia del mundo, ¡qué duda cabe!; una infancia dura o sin la protección o comprensión necesaria o en parte infeliz.

Podemos recrearnos en nuestra tristeza, en lo que vemos como una injusticia, en nuestro sufrimiento, tan justificado, o bien poner toda la energía, de una vez, cuando tenemos la herida tan cerca, tan al alcance para ponerle una mano encima de protección, para curarla. Para sanarla de una vez. Dejando que sea nuestra fuerza interior, nuestro aquí estoy yo para sanar, quien se ocupe de ella y haga este trabajo. Porque nadie lo hará por nosotros. Y poder hacerlo realmente es un regalo. Porque nadie curará nuestra herida mejor que nosotros mismos. De esto no tengo ninguna duda.

Recuerdo que a los pocos días de nacer mi hijo por cesárea, se me abrieron los puntos interiores de la herida. No había posibilidad de volver a coser. Estuve durante varias noches, en las pocas horas de descanso de las que disponía, poniendo toda la atención en mi herida, en un proceso mental que consistía en ir mimándola con mi pensamiento, imaginando que se cerraba, poniendo toda la fuerza para cerrar el desgarro que me impedía hacer vida normal, por la necesidad que tenía de estar bien y cuidar a este niño y a otro que en aquel momento también era pequeño.

Ahora es tiempo de sanar las heridas del alma, como si fueran heridas físicas; poniendo toda la atención en este desgarro, ahora que ya sabemos de dónde viene y que está en nuestra mano, ahora que es tan fácil ponerle una mano encima para darle todo nuestro calor y contribuir, de una vez, a que se cierre, a que sane este desgarre en el alma o en el corazón. Porque solo así tendremos toda la fuerza para salir adelante como lo que verdaderamente somos.

Reproducir el dolor, ahora que sabemos hacerlo, porque conocemos qué lo ha producido y qué lo desencadena. No se trata de recrearnos en él, sino de tener bien localizada la herida, de saber sacarla a la superficie, para ver qué acciones, qué pensamientos, son capaces de reabrirla. Y a partir de aquí, en este plano superficial donde casi podemos localizarla o imaginarla como una herida física, dejar que duela lo justo… E ir sanándola, poco a poco, poniendo toda nuestra energía y confianza, con tranquilidad, creyendo en nuestra capacidad para hacerlo. Porque la tenemos. Y esto es lo que nos hace dar un paso y crecer. Y recuperar nuestra esencia, que, en realidad, jamás hemos perdido.​

“Volveré a poner la risa en mi cara, donde siempre debió estar…”.  D’Callaos

@soniamarcamps

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