¿Tener la razón o resolver el problema?

Por Javier Salvat

En casi cualquier situación más o menos conflictiva, los esfuerzos de la mayoría de las partes implicadas suelen están dirigidos de una manera mucho más enérgica a obtener la razón que a resolver el problema en cuestión.

El que basa su argumento en el ruido y la imposición, demuestra que su razón es débil. Michel de Montaigne

La obsesión por “estar en posesión de la verdad” es una manifestación de la necesidad de mostrarnos superiores a los demás, en un intento de aliviar nuestras inseguridades. Añadamos a ello el hábito de dar demasiado crédito a nuestro pensamiento. Quien dijo que no debemos creer todo lo que pensamos estaba en lo cierto, pero el problema es que hacer la distinción entre la realidad y nuestra interpretación de ella no es tarea sencilla. Lograrlo tiene la enorme ventaja de no encorsetar las ideas con una perspectiva única y permite tener una mente abierta a otras posibles interpretaciones.

En el ámbito de las negociaciones, y de manera particular en algunas culturas, existe el fenómeno llamado “saving the face” (salvar la cara), mantener la dignidad frente a la posibilidad de ser humillado, y que consiste en articular una vía de escape consensuada para atenuar la sensación de que uno ha perdido el control de la negociación.

Para ver cómo se manifiesta esta necesidad basta con presenciar un debate público, sin que importe demasiado el ámbito o la temática que se plantea.

El mecanismo es muy sencillo: se toma partido por la conclusión que a uno le gusta, antes de considerar cualquier tipo de razonamientos; a partir de ahí se hace marcha atrás para recoger todos argumentos que puedan favorecer la conclusión ya tomada y se descarta el resto. Como es natural, el tiempo del debate se consume en descalificaciones de las posturas divergentes, en un intento por imponer la propia.

Esta manera de proceder tiene un inconveniente: la razón se puede tener de vez en cuando, pero no siempre y ni siquiera, cuando se tiene, se tiene en su totalidad. Cuando uno se aferra a este modelo de pensamiento, los problemas suelen mantenerse o agravarse y, en algunos casos, perpetuarse.

Me temo que Maslow, en su famosa pirámide, puso la necesidad de reconocimiento en un escalón demasiado alto. La experiencia me hace pensar que está mucho más cercana a las necesidades básicas del ser humano.

Un familiar me contó hace años una anécdota personal que ilustra bastante bien este tipo de actitud. Durante un recorrido en taxi, el conductor del mismo aceleró para evitar que otro coche, que se había saltado una señal de STOP, pasara antes que él. “¡¡Vaya con cuidado!!”, le gritó el pasajero al taxista. “¡Llevamos la razón!”, contestó éste. “Sí, pero nos darán en el cielo…”, masculló el atemorizado pasajero.

Hagamos un esfuerzo de reflexión. Antes de entablar una discusión o una negociación, volvamos a la casilla de salida para tomar una decisión que va a determinar la consecución de nuestro objetivo: ¿queremos tener la razón o resolver el problema?

@Javier_Salvat

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