“¡Los hombres no lloran!”

Por Javier Salvat

We need never be ashamed of our tears (Nunca deberíamos avergonzarnos de nuestras lágrimas)
Charles Dickens, Great Expectations

Aquella soleada tarde del 8 de noviembre de 1959, el Espanyol recibía en Sarrià al Elche, que debutaba esa temporada en Primera División. En esos años, los partidos empezaban entre las 16 y las 16:30 horas, en función de la época de año, ya que no todos los estadios disponían de luz artificial.

El Elche tenía la particularidad de ser entrenado por uno de sus jugadores, el leonés César Rodríguez. Integrante de la famosa delantera del Barça: Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón, de principios de los cincuenta y popularizada por Joan Manuel Serrat en su canción “Temps era temps”, César fue contratado por el Elche como entrenador cuando, con 39 años a cuestas, aún se sentía con fuerzas para alternar el banquillo con el césped. Ésa fue su última temporada como jugador.

El partido fue relativamente bien para el Espanyol, que marcó a los 6 minutos; a falta de un cuarto de hora para el final tenía ya un claro marcador de 3-0, que ya no iba a sufrir modificación.

En el minuto 84 de partido, con el resultado ya decantado a favor del Espanyol, el delantero brasileño del equipo local Aluizio Francisco da Luz, conocido en el mundo del fútbol como “Indio”, le hizo una entrada por detrás –a mi modo de ver involuntaria- a Antonio González Sanromán, defensor del Elche. La mala fortuna hizo que el jugador ilicitano sufriera fractura del peroné, lesión que condicionó una carrera que se presumía brillante.

Los asistentes que salieron a auxiliar al jugador se percataron inmediatamente de la gravedad de la lesión. Al darse cuenta de la consecuencia de su acción, Indio prorrumpió en un desconsolado llanto que llenó de emoción el estadio. Fuera por lo inesperado de la situación o porque era la primera vez que veía llorar a un adulto –yo tenía apenas siete años-, el hecho es que me quedé bastante impresionado.

Algo no me cuadraba en lo que estaba viendo. Los adultos, cuando se hacen daño solos o cuando reciben golpes, se quejan o se enfadan, pero ¿llorar? No sólo no había sido nunca testigo de una escena semejante, sino que no formaba parte de mis esquemas mentales. Llorar era patrimonio de los niños en general, y a partir de cierta edad, sólo del género femenino.

No recuerdo ni creo que nadie me hubiera dicho específicamente que las cosas debían ser de esa manera, pero el caso es que lo tenía tan interiorizado que la escena me produjo un gran impacto, hasta el punto que una de mis primeras reacciones fue de un cierto repudio hacia la figura del desconsolado jugador, al que vi como una persona débil. Miré a mi padre, que estaba a mi lado. Él me estaba mirando a su vez con una sonrisa. Parecía darse cuenta de lo que yo estaba pensando.

- ¿Qué le pasa?, ¿por qué está llorando?, le pregunté.

- Supongo que le sabe mal haber lesionado al jugador. Es un rival, pero también un compañero.

- Sí, pero ya es mayor. ¿Por qué llora?

- No pasa nada porque llore. ¿Te piensas que cuando eres mayor no sientes las cosas igual que cuando eres niño?

No recuerdo haberme quedado demasiado convencido por las explicaciones de mi padre. No me acababa de hacer a la idea.

Es evidente que la escena me debió quedar muy grabada en la memoria como para traerla a colación tantos años más tarde. Ahora pienso que tuve suerte de tener un padre con la suficiente inteligencia emocional como para explicarme que llorar no es señal de debilidad o vulnerabilidad sino de pura y simple expresión de unos sentimientos que están lejos de ser exclusivos de ciertas edades.

@Javier_Salvat

www.medicacionycoaching.com

Las lágrimas de un ciudadano francés durante la ocupación de la Alemania nazi.
Las lágrimas de un ciudadano francés durante la ocupación de la Alemania nazi.

 

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