¿Los niños necesitan padres perfectos?

Por Julia de Miguel

Nunca antes habíamos tenido acceso a tanta información sobre cómo ejercer nuestra paternidad. Y quizás nunca antes nos hayamos sentido tan perdidos o incompetentes en este papel. Sentimientos de culpa por no llegar al nivel de perfección cada vez más exigente, exceso de responsabilidad, creencias inconscientes que nos llevan a repetir patrones que ya no sirven… Nuestros hijos no necesitan padres perfectos, pero sí a lo mejor bien presentes en el tiempo compartido con ellos.

Y como consecuencia de ello, de vivir tan deprisa, de no saber muy bien dónde mirar, tendemos a compararnos con otras madres o padres que creemos perfectos; a buscar soluciones mágicas que nos den rápidamente pautas para educar a nuestros hijos. Queremos herramientas que nos valgan para momentos de duda o de incertidumbre. Porque necesitamos que nuestros hijos nos vean como personas perfectas, con las cosas claras en cuanto a lo que significa educar, y como consecuencia, nos apuntamos a las modas en estos temas.

Y se nos olvida mirar hacia el lugar donde está nuestra auténtica guía… No miramos hacia dentro. Hacia lo que realmente somos. No buscamos nuestra propia verdad, y es sólo desde ahí desde donde podemos conectar con nuestros hijos, acompañarles. Porque cuanto más conscientes somos de cuál es nuestra verdad, (es decir, aquello que somos, que nos hace vibrar, sentir, vivir con autenticidad) mayor es nuestra capacidad para convertirnos en acompañantes de vida para nuestros hijos.

Dice Fidel Delgado: “Todo el mundo acompaña justo hasta donde llega. Y cuando no llega, manifiesta sus límites”. Lo cual no es bueno ni malo, lo importante es ser consciente de ello, para poder decir a nuestros hijos ‘hasta aquí en esto que me pides’; o yo no puedo, no sé, acompañarte.

Nuestros hijos no necesitan padres y madres perfectos. Sino personas humanas, con sus luces y sus sombras, con sus imperfecciones y frustraciones. Con sus contradicciones, con sus luces y sus pasiones. Buscan padres auténticos. Porque mostrándoles modelos de perfección les estamos incapacitando para vivir.

Nuestros hijos necesitan padres y madres conscientes de sus miedos, de sus limitaciones. Sólo así, aceptando, conviviendo y conquistando nuestros miedos y expectativas con respecto a ellos, podemos dejar de sobreprotegerlos y soltar ese exceso de responsabilidad que nos agota y bloquea. Y estamos así porque no confiamos en ellos. No son hojas en blanco que rellenar, sino son seres humanos completos. Nuestro papel es acompañarles a que descubran lo que son. Nuestros miedos al fracaso, a cometer errores, al qué dirán, a la crítica, no nos deja educar a nuestros hijos en la autoconfianza, en la autonomía, en la responsabilidad. Y les convierte en personas sopreprotegidas, vulnerables, dependientes.

Necesitan padres y madres presentes. Y esto sí es un reclamo cada día más urgente. En nombre del “no tengo tiempo” dejamos de educar y pasamos la pelota a otros: a la escuela, a la televisión, a los videojuegos, a las actividades extraescolares…Vamos a mil por hora, y como consecuencia de esto, nos enfocamos en la inmediatez, en salir del paso, en lo más cómodo, y nos olvidamos de educar en la responsabilidad, en las consecuencias que tiene lo que hacen. Y no nos permitimos tiempo para estar, para mirar a los ojos a nuestros hijos, para observarles, escucharles. Porque no es cuestión de estar para organizarles sus juegos, evitar que se aburran o tenerles todo el día entretenidos. Se trata de parar para conectar con ellos, para observarlos, sentirlos, vivirlos.

Si no hay tiempo para enseñar a nuestros niños a ser más y mejor, nos estamos equivocando de forma estrepitosa. Si no hay tiempo para educar en la vida, estamos yendo en contra de nuestro propio tiempo para ello y vivimos en el ahogo y la urgencia de aprender a manejarlos…

Éste, más que nunca, es el tiempo de educar para ser. Y por favor, ¡seamos humildes! No es que no tengamos tiempo para ello, es que no sabemos hacerlo. No sabemos”.  Marina Escalona. (Aprendemos Todos).

Nuestros hijos necesitan ante todo padres que disfruten de su papel de padres. Necesitan alegría, esa que viene de nuestro niño interior, que conecta con la inocencia y la confianza. El humor, tomarse la vida menos en serio y disfrutarla más. Vivir sin tantas expectativas, ese es el disfrute (sin fruto): hacer las cosas por el placer de hacerlo. Soltar todo aquello que tenemos amarrado y nos agota, sonreír más, jugar, reírnos de nuestros errores, relativizar. Nuestros hijos recordarán siempre esos momentos de alegría auténtica que vivieron junto a nosotros y aprenderán que este puede ser un recurso excelente para VIVIR con mayúsculas.

Casi nada… Y, sencillamente, esto. ¿Te atreves a mirar dentro?

@judimat
http://www.juliademiguel.blogspot.com.es

Comentarios

Evelyn
Respuesta

Qué bello y real. Me encantó, pienso exactamente lo mismo…Un abrazo :)

Responder a el emotional magazineCancelar respuesta

nombre*

Correo electrónico* (no publicado)

sitio web