Los límites y su papel en la educación

Por Julia de Miguel

La palabra límite no significa castigo, sino contención. Los límites ayudan a nuestros hijos a vivir con seguridad y libertad en su espacio. Son marcos de referencia que ayudan a construir identidad y a convivir respetando los límites de los demás.

Una de las preocupaciones comunes de los padres y madres es el tema de los límites. En general, estamos algo perdidos, no sabemos cómo poner límites, para qué sirven los límites ni cómo hacer que nuestros hijos cumplan con ellos.
¿Son necesarios los límites? Lo son y mucho. Quizás, lo importante es definir qué es un límite, y esta metáfora nos ayudará a comprenderlo: “Imagínate que vas por una carretera de noche. Es una carretera estrecha, con muchas curvas, y ese día, además, hay niebla. Apenas puedes ver, y en la carretera no hay nada pintado, ni línea central, ni bordes, ni ninguna señal que indique nada en absoluto. Nos sentimos en peligro, y es posible que por falta de señales tengamos un accidente. Si en esta carretera hubiese habido un buen mantenimiento, líneas que nos indicaran los límites o el espacio por donde es seguro circular, conduciríamos con precaución y atención, sintiéndonos mucho más seguros y llegando sin problema a nuestro destino”.

“Popcorn on plate” (Fotolia).
“Popcorn on plate” (Fotolia).

Esto son los límites. La palabra límite no significa castigo, término al que solemos asociarla, sino contención. Los límites ayudan a nuestros hijos a vivir con seguridad, a entender cuál es el espacio seguro en el que pueden vivir con libertad; a ser ellos mismos, y algo esencial, a darse cuenta de que ese es su espacio, pero que el otro también cuenta con su propio espacio y que es necesario que sea igualmente respetado.

Y es que los límites, en lugar de oprimir, liberan. Son marcos de referencia, nos ayudan a construir nuestra identidad, a convivir con las demás personas. Como padres y madres una de nuestras obligaciones me atrevería a decir que es poner límites a nuestros hijos. Eso sí, límites a la forma, a lo que hacen, no a su Ser. Establecemos límites para contener, y diría que la mayoría de los límites que ponemos a nuestros hijos tienen que  ver más con nosotros mismos que con lo que hacen ellos.

Os voy a poner un ejemplo. Hay muchos artículos que nos hablan de cómo poner límites, y eso está bien si antes hemos tomado conciencia de desde  dónde ponemos esos límites, averiguando qué está respetando o protegiendo ese límite y cómo ponemos ese límite a nuestro hijo. Antes de poner un límite podríamos preguntarnos: ¿Ponemos límites porque sentimos miedo, enfado, impotencia, frustración? ¿Lo hacemos desde una posición de poder, imponiendo, exigiendo? ¿Para qué  establezco ese límite? ¿Qué necesidad mía estoy tratando de proteger con ese límite?

Y es que, como dice Pilar de la Torre, experta en Comunicación No Violenta, ponemos límites desde la cabeza. En base a nuestras creencias, exigencias, juicios, miedos (y aquí también está a veces el miedo a qué van a pensar de mí…). Y no nos paramos a sentir, a bajar al corazón, que nos dice cómo estamos, y a nuestras tripas, que nos hablan de necesidades. ¿Qué necesidad mía estoy tratando de proteger con este límite? Puede ser una necesidad de sentirme respetada, escuchada, segura, reconocida, tranquila… Una  vez que puedo conectar con esto, y si lo que me importa no es solo que mi hijo obedezca y respete ese límite, sino que en ese límite también se respeten sus necesidades, llega el momento de llegar a un acuerdo entre los dos.

Es una diferencia importante, porque aquí el límite no viene de una imposición o del porque sí, sino que viene del respeto por mis necesidades y también por las del niño o niña. No se trata de poner límites enfocados en: haces esto porque yo soy tu madre y sé lo que es mejor para ti, o en el en esta casa mando yo. Conviene pensar cómo me siento yo con esa actitud concreta, porque necesito que mi hijo o hija respeten ese límite… Este foco está en mí. Y esto, que parece poca cosa, cambia totalmente la relación con tus hijos. Porque, ¿alguien hace con gusto y ganas algo que se le pide como una exigencia? ¿Tú haces con gusto y ganas algo que se te exige? Pues tu hijo o hija, tampoco.

Y esto no quiere decir que no se tenga que poner un límite con determinación y con firmeza. Sino que es muy distinto hacerlo desde la rabia, la impotencia o la superioridad y el adoctrinamiento a hacerlo desde el respeto por las necesidades de ambos; conteniendo, protegiendo y con amor y respeto hacia ti y hacia tu hijo o hija. Nuestros hijos, más que nuestras palabras, sienten la energía desde donde les decimos las cosas. Eso también tú lo puedes comprobar. Alguien te puede decir que no está enfadado o dolido contigo, pero tú, aunque escuchas esas palabras, estás recibiendo un mensaje mucho más fuerte a nivel sensorial que te está diciendo lo contrario. ¿Lo has sentido alguna vez?

Y no te olvides de que el primer paso es ser capaz de poner tú tus límites, hacer que los respeten los demás, también tus hijos, porque estás protegiendo necesidades que son importantes para ti. No somos máquinas, ni somos perfectos; somos personas y sentimos cansancio, tristeza, miedo, rabia, inseguridades… Si escondemos esto a nuestros hijos y dejamos que “nos invadan” en ciertos momentos porque no ponemos límites ni les damos a conocer esta posibilidad, ¿cómo vamos a enseñarles a ellos a estableces sus límites, a respetar los de los demás? Es desde ahí, y desde tu ejemplo, cómo estás enseñando también a tu hijo o hija a respetar los límites de los demás, a establecer sus límites en base a sus necesidades. Y desde ahí, crear su propio espacio protegido. Así entenderá, que los demás también lo tienen, lo respetará y vivirá enfocado en el mí… y no tanto en el tú….

Hay una emoción que está muy relacionada con el establecimiento de límites: la rabia. Esta emoción nos avisa de esa posible amenaza, de que se ha sobrepasado un límite, y nos sentimos invadidos. Estamos tan desconectados de nuestro cuerpo y sensaciones que sólo cuando ya esa sensación es casi de ira, la sentimos. Y entonces reaccionamos con agresividad. Eso desencadena culpa, resentimiento… Y otra vez, comenzamos con la rabia. Pero la rabia cuando se gestiona de forma rápida y consciente, no es agresiva. Es una fuerza tranquila, serena, determinante que actúa en el momento para poner límites a esa amenaza. Se trata de hacer “alquimia” de la emoción, y en vez de responder con agresividad, lo hacemos con determinación y también con tranquilidad e incluso con amor hacia la otra persona. Porque estableciendo ese límite, mi relación con ella sigue siendo de confianza, respeto, amor.

Los límites aportan seguridad y libertad a los niños. Pocos y claros. Inamovibles, pero sí revisables en el tiempo. No es lo mismo un límite para un niño de tres años que para uno de ocho o para un adolescente. Límites determinantes. No vale hoy sí lo aplico, mañana lo cambio… Eso produce confusión e inseguridad en el niño o niña. Límites dirigidos a la conducta en concreto, no al ser del niño (pongo un límite por lo que hace, dice…no por lo que es). Y hay que dar tiempo al niño para que se acostumbre a ese límite. Ten paciencia. Respeta su ritmo. Al final, ¿qué quieres conseguir?; ¿que tu hijo o hija te obedezca desde ya y punto o crear una relación de confianza, respeto, amor, también a través de esos límites?

@judimat

 

“Los límites aportan seguridad y libertad a los niños. Pocos y claros. Inamovibles, pero sí revisables en el tiempo”. Es el consejo.
“Los límites aportan seguridad y libertad a los niños. Pocos y claros. Inamovibles, pero sí revisables en el tiempo”. Es el consejo.

 

Dejar un comentario

nombre*

Correo electrónico* (no publicado)

sitio web