Bienvenidos a la Nave Espacial Emotional1

Por Joan Elias

Bienvenidos a la Sala ATL de la Nave Espacial Emotional1.

¿Saben ustedes que este lugar de nuestro vehículo celeste tan sólo lo utilizamos en ocasiones muy exclusivas? Gracias por acudir a la convocatoria. Mi labor aquí es explicarles porqué, después de tantos siglos, volvemos a la Tierra.

Sepan que ésta es una misión sin regreso. En el momento que aterricemos en aquel planeta ya nada será igual y no podrán volver al nuestro. Así ha sido en otras ocasiones y así se repetirá de nuevo.

En este momento, la Tierra está inmersa en una situación muy grave. Los humanos viven colapsados: sus referencias, sus patrones, sus guías de comportamiento han desaparecido y se ven confundidos por una erupción de emociones sin control.

Los directivos de las empresas, a pesar de tantos cursos, han tomado decisiones que han provocado una crisis económica sin precedentes; los empleados han perdido su trabajo y no saben cómo reinventarse; los padres todavía no se han dando cuenta de que son los peores educadores para sus hijos y la mayoría anda despistado con sus relaciones personales y de pareja.

Ha llegado nuestra hora. En los próximos encuentros les desvelaré cómo son los humanos en la actualidad. Efectuaremos conexiones con TierraTV y escucharemos sus conversaciones. Veremos sus comportamientos y tomaremos nota para hacer más efectivo nuestro cometido.

Vamos a ayudar a que los humanos piensen diferente. No será fácil, les advierto. Los habitantes de la Tierra tienen características específicas que les hacen muy peculiares. Deberemos utilizar la destreza más preciada de nuestro planeta: la paciencia. Ellos carecen de esta habilidad y de otras que les iré despejando poco a poco.

Muy importante: tengan en cuenta que no han de obligar a cambiar a los humanos. Los humanos no se pueden cambiar. Es imposible. En consecuencia, observarán que en la Tierra hay una afición muy extendida por todo el planeta: un humano siempre quiere cambiar el comportamiento de otro. Lo hacen porque nadie lo ha conseguido hasta ahora y, el que lo hiciera, recogería el aplauso de todos los demás. Luchan, se desesperan, gritan, huyen; lo vuelven a intentar y pasan sus vidas sin conseguirlo, frustrados, enfadados y deprimidos.

No lo prueben. Es totalmente absurdo. Un humano tan sólo se puede cambiar a sí mismo. Pero no saben cómo. La mayoría de ellos están al corriente, no de una, sino de varias contraseñas para introducirse en sus aparatos tecnológicos, pero ignoran la que les permitiría entrar en su propio interior. Y así viven, preocupados y ocupados en los demás, sin tener tiempo para pensar.

Aquí tenemos la primera paradoja de su comportamiento. Cuando creen que hacen algo mal, a sus pequeños descendientes los castigan al rincón de pensar. Pero, ¿tienen los humanos adultos un lugar fijo para pensar cuando hacen algo incorrecto?

www.joanelias.com

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