Estar presentes a consciencia con nuestros hijos

Por Julia de Miguel

Vivimos con el automático, expuestos a miles de distracciones (pantallas, móviles…), al “tengo que”, el “debería” y  las prisas, que no nos dejan tiempo para vivir despacio y parar. Cuando paramos y ponemos consciencia en ello comenzamos a sentirnos. Con nuestros hijos es muy importante.

Sentimos nuestro cuerpo, y además, podemos escucharlo cuando nos habla, que es muy a menudo, aunque no le solemos hacer caso. Ampliamos nuestra atención, lo cual permite focalizarnos no solo en un punto, sentir y vivir con los cinco sentido. Es una atención difusa, pasiva, porque sólo consiste en parar y escuchar. Y desde aquí, escuchamos nuestras necesidades, reconocemos nuestros estados de ánimo, vamos encontrando nuestra verdad, la que nos hace seres únicos, extraordinarios.

Es desde aquí que podemos convertirnos en verdaderos acompañantes para nuestros hijos. Estar atentos a sus necesidades, vivir a su lado emociones, sostener cuando nos lo pidan, disfrutar con sus juegos, compartir la alegría, mirarles a los ojos, y sin hablar, en silencio, hacerles notar que estamos con ellos, que pueden contar con nosotros, que respetamos su ritmo, que, desde luego, no es el nuestro de adultos,  pero que tiene el mismo valor, porque al igual que nosotros, los niños están dando pasos y caminando hacia adelante.

Cuando estás presente, cuando eres capaz de reconocer toda esa información que está en ti, que te centra y te permite reconocerte, entonces es cuando sientes ese poder que está dentro de ti, que te permite recrearte, elegir cómo y desde dónde vivir. Esta presencia requiere de dosis de humildad para ver cada oportunidad que nos trae la vida, en nuestros hijos, en las personas que nos acompañan y en aquellas a quienes rechazamos, en los fracasos o en los triunfos, oportunidades para aprender, para crecer. Y necesitamos la paciencia para ser conscientes de que tenemos que darnos muchas oportunidades para aprender. Porque el camino es largo y siempre hay lugar para el aprendizaje.

La presencia es como una brújula interior que nos va indicando si estamos yendo por buen camino, porque antes de mirarla ya tenemos claro adónde queremos llegar. Si la meta está clara, entonces ponemos nuestra intención en ello, enfocamos la energía hacia eso que queremos, y a través de esa brújula, vamos avanzando. Puede que en ocasiones nos perdamos, pero si somos capaces de volver a consultar esa brújula, nos dará muchas pistas para re-enfocarnos y seguir adelante. Y cada paso será un  una dosis mayor de experiencia, de aprendizaje, de camino andado, de vida vivida.

No podemos estar presentes las 24 horas del día, pero sí despiertos. Activando cada vez con más consciencia nuestra capacidad de observar, de escuchar. Proponiéndonos cada día con un poco más de fuerza escuchar sin juicios, sin opiniones, tan sólo mirar a los ojos, sentir a nuestros hijos, acompañarles.

Prueba a jugar con ellos, dejando a un lado tu móvil, el ordenador… Y deja que ellos te enseñen el arte de la presencia. Te puedo asegurar que la recompensa es maravillosa. Para ti, porque sientes la vida con mucha más intensidad. ara tus hijos, que ven en ti un acompañante único y un maestro de vida, para las personas que están cerca de ti, que se sienten escuchadas y vistas. ¿Recuerdas la película de Avatar? Sus habitantes se saludaban poniéndose la mano en el corazón y se decía “te veo”. Si, te veo, te reconozco, te siento y honro quien eres, estoy contigo ahora. Esa es uno de los mayores anhelos (y una de las mayores necesidades)  del ser humano: Sentirse visto, reconocido.

He escrito este artículo a partir de mi experiencia estos días con mi hija Valeria, quien enfermó estando su padre fuera de casa por trabajo. Estuvo con fiebre muy alta y me preocupé. Aunque trataba de estar animada y tranquila para que mi otro hijo, Matías, no estuviese triste, él, con 4 años, en un rato en el que yo estaba viendo en el termómetro la fiebre alta de Valeria y me sentía muy preocupada, se sentó a mi lado, me miró y me dijo: mamá, te quiero mucho.

Sin decir nada más, tan sólo desde su cercanía, con su mirada, me hizo sentir acompañada; me estaba diciendo que entendía mi preocupación, que la sentía y que estaba conmigo.

Esto es para mí es la la presencia. Es ser consciente de cómo estás, de qué estas sintiendo en ese momento, de tus necesidades, de tus emociones. Y desde ahí, desde ese estar, acompañar al otro. Eso es lo que hizo mi hijo: sencillamente, estar. Toda una lección de vida la que me dio Matías.

De nosotros mismos depende estar, y vivir desde ahí.

@judimat
http://www.juliademiguel.blogspot.com.es/

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