Somos mujeres, somos madres, ¡pero no somos perfectas!

Por Julia de Miguel

La culpa, fruto de la autoexigencia, y aquí la abordamos especialmente en mujeres, nos lleva a una crítica desmesurada de nuestro papel respecto a los hijos, el trabajo, etc. Afecta a nuestra autoestima y es una barrera que nos impide disfrutar de verdad y desde la serenidad de nuestros hijos y de nuestra vida.

Como madre, puedo deciros que he sentido culpa muchas veces. Y lo oigo bastante en las conversaciones con otras mujeres. El ritmo acelerado en el que vivimos, las prisas, los smarthphones, que hacen que estemos conectadas todo el día; el trabajo, los nuevos proyectos… Son tantas y tantas cosas a lo largo del día lo que hace que sintamos que no estamos dedicando tiempo suficiente ni de calidad a nuestros hijos, a nuestra pareja; o que desatendemos a nuestros amigos y a la familia.

Pero, ¿qué es la culpa? Desde que comienza nuestro aprendizaje, vamos incorporando un conjunto de creencias y normas que rigen nuestra conducta, nos ayudan a interpretar el mundo y hacen que vayamos etiquetando aquello que está bien o que está mal. A través de nuestros progenitores, de la escuela o de la sociedad recibimos mensajes de cómo debería ser una “mujer perfecta” o “buena madre” (profesional de éxito etc.). Vamos creando una imagen del Yo Ideal que guía nuestra forma de comportarnos, de sentir y de vivir. El problema viene cuando hacemos algo que transgrede alguna de esas creencias o pautas que organizan nuestro comportamiento, cuando el Yo Ideal no coincide con mi Yo Real.

Entonces, aparece la culpa. El problema no es que nos sintamos culpables. La culpa, al igual que el miedo, la rabia, la tristeza, o cualquier otra emoción que erróneamente llamamos “negativa”, es una señal necesaria que nos informa de que algo se ha transgredido. Lo que importa ahora es cómo recibo esa información.

En muchas ocasiones, cuando sentimos culpa, la solución que encontramos es negarla. Rechazarla. Porque ese crítico interior, ese juez implacable que todos llevamos dentro, nos está acusando de mala madre, de egoísta, de… No es necesario que ponga más adjetivos, ¿verdad? Es una culpa que aniquila, paraliza, que hace daño. Y negando estas emociones, no vemos más allá. Sencillamente, nos bloqueamos, no nos sentimos felices, no somos ni siquiera capaces de valorar todo aquello que somos, nuestros logros en los diferentes ámbitos de nuestra vida. Desde aquí, no podemos disfrutar del presente.

La culpa lleva continuamente al pasado, a la crítica destructiva en lo que hicimos o hacemos. No hay disfrute con tus hijos, con tu pareja, y como personas, nos daña la autoestima, nos hace más pequeñas, miedosas o puede que incluso nos haga sacar nuestra agresividad.

Pero la culpa también puede ser funcional. Y puede ayudarnos a descubrir y reparar errores, a revisar creencias y pautas que fueron incorporándose a esta especie de “manual de comportamiento” que tenemos y que ahora nos están haciendo sufrir. Identificar las emociones que nos hacen sentir culpables puede ser de gran importancia para dejar atrás ese Yo Ideal y acercarnos al Yo Real. Y es importante hacerlo desde el amor y el respeto hacia nosotras mismas.

Os puedo afirmar que desde que he comenzado a gestionar mis emociones, a permitirme sentirlas y aceptarlas, estoy siendo consciente de qué creencias regían mi vida, mis conductas, mis pensamientos y qué me bloqueaba y no me dejaba disfrutar de lo que más quiero: de mí, de mis hijos, de mi pareja.

Ese Yo Ideal que había creado tenía que ver con mi exigencia de mujer perfecta, que puede con todo, que no se permite mostrar su vulnerabilidad, ni sus errores, que antepone la felicidad de los demás a la suya, ya que lo contrario sería ser egoísta. Que entiende que la vida exige esfuerzo y que lo que se consigue disfrutando no tiene suficiente valor… Y aquí, el “tengo que” es anterior al “yo elijo”… De esta forma es como me fui llenando de cargas. Es verdad que muchas de estas creencias se han incorporado de manera inconsciente, además, en una sociedad que ha visto en este ideal de “mujer perfecta” un gran filón en muchos sentidos.

Pero ahora es mi turno. Ahora que comienzo a ser consciente de todas estas trampas, entra en juego mi “responsabilidad” y mi capacidad de Elegir.

¿Quién soy yo y cómo quiero vivir? Tenemos la capacidad de crear la vida en la que creemos. Esa vida que nos hará mujeres y madres, que no van a ser perfectas, pero van a ser auténticas. Madres que vivan desde su verdad, con sus valores, también con sus miedos, sus límites, sus “No puedo, ¿me ayudas?”, sus tristezas… Y todo esto no conduce a la culpa, ni a la crítica, sino a la aceptación de lo que SOMOS. Mujeres, madres, compañeras, amigas, que, día a día, lo hacemos lo mejor que podemos. Y entendiendo que esto no nos lleva a la autocomplacencia, sino a la aceptación y al aprendizaje para seguir creciendo como personas.

Podemos aprender a gestionar y transformar esas emociones que nos llevan a la culpa y al sufrimiento a través del pensamiento. Es aquí donde está nuestra capacidad de influencia. Ser conscientes de cómo esos pensamientos exigentes nos limitan es el paso más importante para transformarlos en pensamientos “potenciadores”, creadores y amorosos con nosotras mismas. Es así como la culpa se torna tan sólo información valiosa para cambiar aquello que nos aleja del Yo Real.

¿Puede haber algo mejor para un hijo que tener al lado una madre que disfruta acompañándole desde lo que realmente ES? Disfrutando de lo que la vida le trae, sin más expectativas, ni exigencias. Mostrándose cómo es. Y somos alegría, tristeza, miedos, sombra, luz, imperfección, belleza, ternura, fracaso, decepción, inocencia… Todo eso, mucho más y no sólo esto. Sencillamente, SOMOS.

Y termino con una propuesta. ¿Has preguntado alguna vez a tu hijo cómo te ve? Quizás, las respuestas sean tan maravillosas como ellos.

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@judimat
http://www.juliademiguel.blogspot.com.es

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