El sentimiento de culpa como obstáculo a la felicidad

Por Sonia Marquès Camps

La psicóloga Carmen Durán analiza en este libro el sentimiento de culpa desde distintos ámbitos, su función en las relaciones y en nuestra forma de estar en el mundo y las dificultades que conlleva para el desarrollo psicológico del ser humano.

La hipótesis de la que parte en este libro Carmen Durán es que el estado de salud mental, o en ocasiones incluso física, y el equilibrio psíquico van a depender de la superación del sentimiento de culpa, así como también la felicidad y la serenidad.

En esta reseña nos centramos en la parte donde la autora se detiene en el proceso terapéutico de la culpa y en las consideraciones finales, por cuanto que en estos apartados hace un resumen de algunos aspectos relevantes descritos en este extenso y experto análisis psicológico en profundidad en torno a este sentimiento.

Desde su experiencia en la práctica psicoanalítica, para lograr superar la culpa, dice, “es necesario hablar de ella y recordar y repetir en forma fantaseada lo que el paciente experimenta como su ‘crimen’; sacarla a la luz, reconocerla y atravesarla, para que deje de actuar limitando nuestra vida”.

“Cuando Freud habla del golpe que supuso para el narcisismo de nuestra especie el descubrimiento del inconsciente, capaz de filtrarse en nuestra conducta sin que nos enteremos, está hablando implícitamente de todas aquellas cosas de la vida que no dependen de nuestra voluntad consciente”.

Se refiere a recuperar las emociones del recuerdo que condicionan la emocionalidad actual de la persona, porque: “El descubrimiento de la fragilidad de nuestra memoria lleva a replantearse que muchos de los recuerdos recuperados no son exactos, porque han sufrido no solo las tergiversaciones que el paso del tiempo supone, sino también el proceso selectivo de la memoria emocional con la que construimos la narracción de nuestra historia. Esto hace que pasen a un primer término los sentimientos, las emociones asociadas a los recuerdos, sean estos verdaderos o no tanto”.

“La descalificación tiene que ver con un error de pensamiento que es tomar la parte por el todo, lo que uno hace con lo que uno es”. Entre los efectos perniciosos del sentimiento inconsciente de culpa, explica Carmen Durán, se encuentra la incapacidad de luchar muchas veces por nuestros propios derechos.

El sentimiento de culpa suele derivar de las primeras experiencias infantiles, detalla. “Cuando un niño es profundamente rechazado, lo que puede ocurrir, por infinidad de razones, es que no puede construir una imagen positiva de sí mismo, ni sentirse digno de amor, ni amar a nadie. Surge así una culpa primigenia y un sentimiento muy opresivo: uno se siente culpable hasta el punto de no poder amarse y… ¿cómo entonces va amar al otro y a creer en su amor? Si la madre no lo amó, no puede amarse, ya que introyecta a la madre que lo rechaza y se rechaza a sí mismo”.

Y añade en un precioso párrafo que: “La ternura recibida en la infancia es la semilla del amor que nos permite preocuparnos por el bienestar del otro y ajustar nuestros deseos y los ajenos en un saludable equilibrio”.

“Es necesario conocer y confiar en el poder del amor, ya que el sentimiento de culpa aparece siempre vinculado a este. En nuestra naturaleza van indisolublemente unidos la ternura y la agresión. Es el amor lo que nos hace sentir culpables por el daño hecho al otro y el que nos incita a repararlo. También, para llegar ahí, uno tiene que haberse sentido amado en origen, puesto que es el amor del otro el que nos hace amables”.

Carmen Durán explica que las defensas establecidas para evitar el dolor del rechazo se convierten en un impedimento del amor, que dificulta la entrega. “Y son las heridas históricas, las que se repiten a lo largo de nuestra biografía, o que por alguna circunstancia han tenido un a gravedad especial, las que inevitablemente generan defensas. Estas tienen un sentido y es justamente protegernos del dolor, que consideramos que no vamos a poder soportar y que no queremos que vuelva a producirse. Por ello, anular una defensa es un proceso delicado, que solo puede emprenderse cuando se ha fortalecido el yo y la capacidad de afrontar el dolor de una manera menos masiva”.

“Cuanto mayor sea nuestra inseguridad, cuanto menos confiemos en nosotros mismos y en nuestra naturaleza esencial, más amplio será el espacio de sentimientos y deseos que hemos de reprimir y mantener inconscientes”. Por eso, el asunto de la confianza básica es esencial en el tema de la culpa, apunta Carmen Durán. Para añadir que cuando el niño logra desarrollar una confianza básica, confía en sí mismo y en el mundo que le rodea, el sentimiento de culpa no va a estar tan presente en su vida. “Sus necesidades han sido satisfechas, se ha sentido amado y amable, ha recibido la mirada aprobatoria y amorosa de la madre, ese amor incondicional que no le exige cambiar para ser querido”. De esta forma podrá construir un yo fuerte y un ‘superyó’ benévolo.

“A partir de ahí, el niño puede aprender lo que es el cuidado amoroso del otro, copiar la preocupación maternal primaria, salir de una actitud egocéntrica para mirar al otro y tener un genuino interés por su bienestar. Esta situación es muy diferente cuando las necesidades infantiles se ven frustradas en su mayoría, de tal modo que la agresividad y el odio van ocupando un lugar cada vez más grande en su mundo interno. Así, el mundo es traicionero y en absoluto confiable, y él mismo, con sus sentimientos de envidia y rabia, se convierte en un ser muy poco amable, indigno de amor”.

Asumir nuestras sombras y el poder del amor
“Desvelar la mentira social, la idea de que el amor no admite ninguna ambivalencia, de que la agresividad es siempre dañina y mata el amor, enfrentarnos a múltiples caras del ser humano ocultas, a veces, hasta para sí mismo resulta muy liberador. Y puede ayudarnos a mantener la culpa en su justo término, aquel que nos permite reconocer el daño hecho a otro y que nos lleva a tratar de repararlo”.

“Tratamos de que los niños no vean ningún aspecto negativo de sus padres o sus educadores y les mostramos solo el recto camino de un ideal, que les impide aceptar su naturaleza, y mantiene en la oscuridad inaceptada aspectos de sí mismos, cuando asumir la sombra les permitirá ser más enteros”.

“El amor, en cualquiera de sus formas, es un sentimiento que dota de sentido nuestra existencia y nos hace tocar los más altos niveles de bienestar y felicidad que alcanza nuestra especie. Por el contrario, la culpa nos lleva irremisiblemente a vivir mal, en lucha con nuestro ser y en discordancia con nuestros actos, pensamientos, deseos y sentimientos”.

La autora incide en su tesis de que la culpa es el mayor obstáculo para alcanzar la felicidad, porque ambas parecen incompatibles.

Durán habla de la culpa moral, “que es la tiranía de los debieras, tanto da que eso sea factible de lograr con nuestras capacidades y circunstancias, como que sean metas sobrehumanas que nos soprepesan. La culpa, argumenta, aquí viene muy mezclada con el orgullo, ‘sea como sea, yo debería ser capaz de hacerlo’. Y Se manifiesta en todos los planos, en el del pensar, ‘no debería pensar así, no puedo permitir que se me ocurran estas ideas y tengo que construir defensas ante ellas’; en el de las emociones, prohibiéndonos sentimientos de envidia y odio, tratando de ocultarlos ante nosotros mismos y ante los demás, desencadenando pensamientos obsesivos que tratan de desviar la emocionalidad no permitida a dudas y cuestionamientos racionales y a actitudes compulsivas en las que se nos escapa el control que hemos querido imponernos… Carmen Durán escribe que esto genera un dolor derivado de un ideal del yo no cumplido y de frustración del orgullo, que nos pide cosas que a veces son imposibles de cumplir, incluso que están por encima de nuestros límites personales, y también es el que nos castiga por no haberlos superado. Este orgullo está en relación con la idea de que ‘yo soy el hacedor’, añade. “Me otorga un papel de responsabilidad casi absoluta en relación con todo lo que ocurre en mi vida, haciéndome olvidar la multitud de factores que tienen que alinearse para que un hecho ocurra y que no soy más que uno de estos factores”.

La culpa que la autora llama emocional es de otra índole. Aunque también, en este caso, dice, “aceptar que no soy el hacedor, tan solo el instrumento, evita gran parte del sufrimiento asociado”. Es el sentimiento de pesar por haber hecho daño al otro.

“La conciencia de ser capaz de dañar y la capacidad de compasión son piezas claves para el manejo no instintivo de la agresividad y son los elementos que nos permitirían vivir en una sociedad constructiva, solidaria y compasiva”. En el desarrollo de esa capacidad de compasión adquiere gran importancia la superación del periodo ‘egocentrado’ del niño, el paso a ese momento en que el sufrimiento del otro importa.

Y solo cuando hemos logrado acabar con la guerra interna, cuando podemos aceptar las facetas de nuestro ser, que habíamos negado y relegado al olvido, desde la plena aceptación de lo que somos, podemos amarnos y amar lo que es el otro. Solo entonces, desde el amor que permite a todos los seres la expresión de la vida peculiar de cada uno, podemos liberarnos de la tortura de la culpa. El amor constituye una columna vertebral para nuestra especie.

 @soniamarcamps

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