‘Mud’, crecer a contracorriente

Por Los 35 milímetros (Enrique F. Aparicio)

Los dos adolescentes que protagonizan Mud habitan hogares a contracorriente, en la vera de un río tan acogedor como lleno de peligros. Frente a la precariedad de sus raíces, caen fascinados ante la visión de un hombre misterioso que, como el bote que habita en la copa de un árbol, el vendaval parece haber arrastrado hacia ellos.

Un fascinante Matthew McConaughey pone cuerpo a un asesino fugado en el que los todavía niños leen las señales de la madurez: un tipo duro pero enamorado hasta las trancas, un encantador de serpientes que descubre sus propios colmillos cuando ya estás demasiado cerca. El protagonista, Ellis (Tye Sheridan), hará suya la causa del prófugo, a quien ayudará en todo lo posible para escapar junto a su idealizada novia mientras él mismo empieza a descubrir los néctares y sinsabores del amor femenino.

La película es en muchos sentidos la pérdida de esa mirada inocente, una mirada que, como en Take Shelterse verá asaltada por una amenaza sobrevenida. La imagen final de Take Shelter (Jeff Nichols, 2011) fue una de las más interesantes que el cine americano nos dejó aquel año. Un cine americano en el sentido profundo, lejos de la volatilidad de Hollywood, que entronca con el hueso duro del western en su capacidad de crear imágenes que a su vez generen hogares

Con sutil elegancia, Nichols maneja la cámara alrededor del niño que con la misma seriedad planta su primer beso o sus primeros puñetazos. La madurez se conquista y no hay espacio para la infantilidad. De algún modo, Mud puede verse como una continuación de aquella fábula Bestias del sur salvaje (Benh Zeitlin, 2012), justo cuando los monstruos se convierten en reales y hay que huir de la infancia tan pronto como sea posible.

Una huida entre angustiosa y poética, como un banco de salmones remontando la corriente. La corriente en este caso es tanto metafórica como literal, y con el mismo empeño, Ellis deberá enfrentarse a ambas. Para ello, el adolescente habrá de asumir la condición mortal del mito que él mismo ha creado a través de su mirada, desembarazándose del imaginario asociado a su casa en el río, símbolo de su condición infantil. Forzado a borrar las supersticiosas huellas en forma de cruz del enigmático Mud/McConaughey, el camino de Ellis en la construcción de su propia identidad en última instancia habrá de recorrerlo a solas, a partir de las ruinas de unos padres al borde del divorcio y una casa bajo la permanente amenaza de la ley federal.

Sin embargo, la imagen última de la película la dota de una pátina de esperanza que contamina el recorrido anterior, haciendo del viaje iniciático de los niños el único camino posible. Allí donde en Take Shelter la oscuridad se cernía sobre el futuro de los personajes, aquí la tormenta parece amainar dejando al descubierto una inundación benigna que, como la infancia superada, cubre el suelo de un barro uniforme donde poder dejar nuevas huellas. Algo similar a lo que hace Jeff Nichols con el cine americano.

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