Cuestiónatelo todo, incluso este consejo

Por Javier Salvat

Desgraciadamente, dar las cosas por sentadas y no plantear abiertamente los problemas tiene el mismo efecto sobre las relaciones que la carcoma sobre la madera: una lenta e imparable corrosión que mina su esencia y puede incluso acabar con ella. Decía con razón el escritor y explorador de la psicología humana Dostoyevski que muchas infelicidades tienen su origen en las cosas no dichas.

“Las asunciones son peligrosas” Agatha Christie, Los trece problemas

Hasta donde la memoria de Luis alcanza, las conversaciones familiares estuvieron siempre marcadas por un contenido banal, pródigo en trivialidades recurrentes. Los temas que afectaban a las relaciones personales o a la economía de la familia formaban parte del lote de asuntos de exclusivo dominio del padre. Cualquier intento de abordarlos era fulminantemente abortado por una seca intervención paterna, sin que para ello fuese necesario el alzamiento de la voz; normalmente, una gélida mirada, acompañada de una ligera mueca con uno de los carrillos, era suficiente para sofocar el atrevimiento.

La tónica no varió a lo largo de los años; así, todos los miembros de la familia fueron sujetos de un aprendizaje tácito sobre lo inapropiado de poner en cuestión las opiniones y actuaciones del padre. Y lo que empezó como un hábito en el seno familiar se proyectó a lo largo de su vida en los demás ámbitos: laboral, social, y en la nueva familia que acabó formando. La historia de Luis podría ser la de muchas otras personas de su generación y de un cierto nivel cultural y social, cuyo impulso por manifestar su innata curiosidad fue cortado en seco por la educación recibida, con el riesgo de encontrarse abocado a repetir el patrón con la generación posterior, de no mediar un cambio de circunstancias.

En el mundo laboral, las personas afectadas por este problema sufren lo indecible. Su resistencia a preguntar, a aclarar las dudas, les pone es una situación sumamente incómoda consigo mismos y con las personas de su alrededor. Tienen una idea borrosa sobre lo que se espera de ellos, pero no lo saben con certeza. Y, para colmo de males, su actitud les hace aparecer como personas desinteresadas, sobradas de conocimientos y sin necesidad de comunicarse con los demás. El resultado es un malestar permanente y un estrés que afecta a todos los ámbitos de su vida.

En general nos cuesta expresar nuestros sentimientos; lo justificamos diciendo que suponemos que los demás ya los deben conocer, con la esperanza de que lo que pensamos coincida con la realidad. Asumimos que la explicación que nos parece más sencilla será con certeza la correcta (en una personal aplicación del principio de parsimonia o Navaja de Ockham), pero no siempre es así. En las formaciones en ventas, por ejemplo, se instruye a los alumnos a no suponer lo que el potencial cliente está pensando: “No mind reading”, no intenten ustedes leer la mente de su interlocutor y dedíquense a hacerle las preguntas pertinentes.

Marilee Adams, en su interesante libro Change Your Questions, Change Your Life, propone un cambio en la manera de hacernos preguntas en esos momentos en los que tenemos la sensación de estar atrapados, frustrados, o cuando simplemente deseamos un cambio. Y una de las primeras preguntas que propone es precisamente “¿Qué cosas estoy asumiendo?”. Esa pregunta actúa como un desatascador, ya que la asunción de hechos y pensamientos bloquea el acceso a una información vital para poder mantener una comunicación eficaz y unas relaciones de calidad.

El éxito en la vida se puede medir por la manera en que uno es capaz de digerir sus experiencias para convertirlas en factor de crecimiento personal. En este caso, un aprendizaje cultural y social limitador puede servir de base para un cambio de perspectiva. En este sentido, me uno a Sócrates cuando dijo: “Sé que no me vais a creer, pero la más alta forma de excelencia humana está en cuestionarse a uno mismo y a los demás”.

@Javier_Salvat

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