‘La vida de Pi’: espectáculo y vida

Por los35milímetros

La vida de Pi es una historia de superación, de encuentro divino, de búsqueda del significado de la fe. Ang Lee hace un portentoso esfuerzo por retratar lo más difícil de retratar, un majestuoso recorrido por las emociones que suponen la odisea del joven Pi, a las que otorga un nuevo concepto de representación.

Ang Lee se parece a uno de los animales que bien podrían aparecer en su última película: un camaleón. El cineasta taiwanés nacionalizado estadounidense comenzó su carrera acercándose a la comedia dramática familiar con títulos como El banquete de boda(1993) y Comer, beber, amar (1994). Desembarcó en Hollywood con el drama de época Sentido y sensibilidad (1995) y siguió despuntando en la meca del cine estadounidense con el inteligente drama generacional La tormenta de hielo (1997), la revisión del género de superhéroes Hulk (2003) o el asombroso y ya casi icónico drama romántico Brokeback Mountain (2005). Y mientras, pudo volver a su país natal para firmar la visionaria cinta de artes marciales Tigre y dragón (2000) y el exuberante thriller amoroso Deseo, peligro (2007).

En su cambiante apariencia, Lee ha demostrado saber mantener fijo su objetivo, y hacerlo de la mejor manera posible. Su talento tras la cámara es incontestable, y su fuerza para narrar las historias, a lo largo de su carrera diametralmente opuestas, a todas luces inalterable. En La vida de Pi, Lee se propone un último reto. En la adaptación de la exitosa novela del canadiense Yann Martel, el cineasta se abandona por completo a un renovador y alentador concepto visual: el espectáculo de las emociones, la gran pirotecnia visual, el 3D de la fantasía, y por ende, lo que no se ve per se en la propia vida, aunque parta directamente de ella.

La vida de Pi es, ante todo, una odisea. Un viaje, tanto físico como metafísico, de un joven, Pi (el debutante Suraj Sharma), varado en un bote tras el naufragio del carguero en el que navegaba, junto a un tigre de Bengala. Parece absurdo, pero tiene su razón; el padre del joven era el dueño de un zoo en Pondicherry, la antigua India francesa, que decide mudarse con su familia y sus animales a Canadá. En medio de todo esto, el niño Pi intenta conocer el mundo y aprender de las diferentes maneras de entenderlo. Al fin y al cabo, de eso se tratan las religiones: los hindúes lo entienden de una forma, los cristianos lo entienden de otra, los musulmanes, de otra diferente. Pi quiere saber, y no lo hará hasta que, destino de por medio, se encuentre perdido en el océano Pacífico. Algo que no sucede todos los días.

Tras el naufragio del carguero en el que viajaba, Pi logra salvarse en una barcaza, junto a algunos compañeros insólitos: una cebra herida, una compasiva orangutana, una furibunda hiena, y, finalmente, un poderoso tigre. En su viaje atraviesa peligrosas tormentas, lluvias de peces voladores, espectáculos de medusas bioluminiscentes e incluso misteriosas e improbables islas. La historia se nos presenta desde el punto de vista de un Pi adulto (Irrfan Khan), que se la narra al escritor (Rafe Spall), que, previo regalo del protagonista, convertirá en suya.

La historia es de superación, de encuentro divino, de búsqueda del significado de la fe. Lee hace un portentoso esfuerzo por retratar lo más difícil de retratar, un majestuoso recorrido por las emociones que suponen la odisea de Pi, a las que otorga un nuevo concepto de representación. El 3D es, aquí sí, utilizado con su fin: el efecto especial se vuelve significativo, sensitivo, asombroso, mágico. Si acaso, más allá de las otras cintas que han sacado hasta ahora lo mejor de la técnica: las muy diferentes Avatar (James Cameron, 2009) y La invención de Hugo (Martin Scorsese, 2011).

Gracias a ello, Lee consigue así apoderarse de una fábula que se presenta desde un punto algo sentimentaloide, una metáfora y un desarrollo que se antoja algo simplista, para darle alma a un cuento que finalmente, gracias al juego de la narración -o de la renarración-, se muestra cercano y desgarrador. El retrato de la esperanza, la fe y la fantasía a la que preferimos aferrarnos insuflan vida a una propuesta que juega al funambulismo en una delgada cuerda que tiende sobre la superproducción familiar, cuyo interés y convencionalismo son fácilmente cuestionados. Pero eso sí, su acrobacia es impresionante.

www.los35milimetros.com

Dejar un comentario

nombre*

Correo electrónico* (no publicado)

sitio web