‘Una vida nueva’: construyendo un nuevo comienzo

Por los35milímetros

La luminosa mirada de la niña Jinhee inunda los primeros fotogramas de Una vida nueva. Sus ojos nos guían a través de esta historia de transformación, y a medida que el viaje avanza somos testigos de como la luz del principio acaba por palidecer.


La narración nos sitúa un puñado de décadas atrás en Corea del Sur, en un orfanato a las afueras de Seúl al que la pequeña llega después de que su padre decida darla en adopción. El silencio, el aislamiento y la rebeldía sirven como respuesta a la niña ante una situación difícil de entender. La rutina del lugar, en el que las niñas juegan, aprenden y esperan con ilusión la llegada de una familia que decida sacarlas de allí y ofrecerles una nueva vida acaba imponiéndose, pero no consiguen aplacar la tristeza de la niña. Detrás de esta película se descubre la mirada fresca y lúcida de Ounie Lecomte.

La realizadora se basa en su propia experiencia personal para sacar adelante Una vida nueva, lo que explica la profundidad con la que la cinta se adentra en las emociones de la protagonista. En esta tarea tiene también especial importancia el trabajo de la joven actriz Kim Sae-Ron, que regala una interpretación que desarma por su naturalidad y su fuerza. Y la naturalidad es precisamente la gran baza de esta cinta, con un contenido especialmente intenso a nivel emocional la directora no se pasa de frenada y demuestra una especial habilidad para retratar con sensibilidad y sin aspavientos la realidad del orfanato, la situación de las niñas y el proceso que lleva a la protagonista a asimilar todo lo que le ocurre desde el abandono de su padre.

Lecomte, como Jinhee, nació en Seúl, y tras pasar su infancia en un orfanato, viajó a Francia a los 9 años, tras ser adoptada por una familia protestante. La niña protagonista de la película afronta una vida nueva, pero aún desde cuando no existe: esperando a encontrarla, se integra en la familia del orfanato, en sus nuevas compañeras y tutoras, con las que se muestra, a merced de su esperanza, agresiva y luchadora. El film retrata este ímpetu en exhalaciones, en visiones alejadas del mero ejercicio de estilo. Lo cierto es que el origen del talento de Lecomte para captar esa naturalidad, ese sentimiento en la pantalla, puede llevarnos a sus comienzos en el cine: sus primeros pinitos como actriz los hizo en Paris s’éveille (1991), del magnífico cineasta francés Olivier Assayas.

¿Hay algo del cine de Assayas en el de Lecomte? Es ciertamente arriesgado afirmar algo así, pero la sutileza, la franqueza y la liviandad con la que sus imágenes trascienden los fotogramas pueden remitir tranquilamente al estilo del responsable de Las horas del verano (2008). Quizá también haya ayudado a su resultado que detrás de la película, en la silla del productor, esté uno de los cineastas coreanos, e internacionales, más importantes de la actualidad, el brillante Lee Chang-dong, autor de las premiadas en Cannes Secret Sunshine (2007) y Poetry (2010), otro perfecto ejemplo de un cine poético, fresco y sentido.

Lecomte consiguió con Una vida nueva estar en las proyecciones especiales de Cannes allá por el 2009 -la película ha llegado a nuestras pantallas con tres años de retraso, pero, al menos, llega- y pasearse por un buen puñado de festivales de todo el mundo. La mirada de la directora francocoreana, sea por obra y gracia de Assayas, de Lee, o de su propio talento, nos entrega un debut que muestra a una cineasta con estilo, con tiento y con ganas de contar algo que el espectador quiere escuchar.

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