‘En la casa’: todos necesitamos historias

Por los35milímetros (Cibrán Tenreiro)

Lo que es bueno en una narración, ¿lo es en la vida real? Como personas, ¿queremos vivir una buena historia? Si la felicidad se da por la ausencia de conflictos, una vida feliz será una película insufrible. Tal vez, entonces, la felicidad es aburrida. Y lo que es seguro es que, cuanto más nos aburrimos, más necesidad tenemos de historias, cuentos y películas.

En la casa se construye alrededor de esa premisa, más o menos. Germain, profesor de literatura (Fabrice Luchini) entabla relación con uno de sus alumnos, Claude (Ernst Umhauer). Lo hace a raíz de una redacción en la que cuenta que ayuda a uno de sus compañeros con las matemáticas para poder entrar en su casa. La redacción termina con un “Continuará…”. Y, efectivamente, las siguientes redacciones siguen con la historia. Germain se impresiona por el talento de su alumno para observar y escribir y lo alenta. Al mismo tiempo, se ha impresionado por la historia que cuenta. Porque Germain es una de las personas que necesita ficciones.

A partir de ese punto, la película de François Ozon empieza a volverse cada vez más compleja y ambigua, lo cual es genial. Los personajes juegan, a su vez, roles. Claude está narrando su vida. Germain intenta modificar su relato, pero al fin y al cabo modifica también sus vivencias. Hacen falta más conflictos en su historia, pero tal vez no en su vida. Pero Germain no solo es el profesor, sino también el espectador. Y todo espectador tiene unas expectativas. Pero es un peligro cuando dejan de ser expectativas sobre el desarrollo de una narración para serlo sobre una vida.

La ambigüedad está en primera instancia en los personajes. Claude es carismático e inteligente, pero también calculador. Germain es entrañable, pero pierde los papeles cegado por el poder de la historia de Claude. Y eso lo lleva a problemas, porque al implicarse en la vida de su alumno aparece en su relato. Y porque los personajes no son solo ellos dos: el eje está sobre la familia de Rapha, el amigo de Claude. Inicialmente parecen personajes banales, pero el relato tiene que mejorar y se les van añadiendo capas y matices. Especialmente alrededor de Esther (Emmanuelle Seigner), su madre, “mujer de clase media” que fascina a Claude. Llega un punto, lógico, en el que realidad y ficción se confunden. Para nosotros como espectadores, pero también para Germain, que juega ese papel en la película.

Toda esta metaficción hace complicadas las explicaciones, pero está manejada con clase y mesura. Es coherente y concisa, pero causa en nosotros los efectos deseados. Nos fascina confundiéndonos. Nos hace reflexionar mediante el distanciamiento sobre las cuestiones de representación. Y sobre los dilemas morales de la creación (y el papel de voyeur). El discurso interno del profesor sobre la creación se aplica a la propia película, que se desenvuelve en función de esas normas. Y todo con una carga irónica maravillosa. Al tiempo que la barrera entre realidad y ficción se difumina, Germain y Claude se implican más en su propia historia.

Germain tiene un espacio propio e inviolable, el piso en el que vive con su mujer Joanne (Kristin Scott Thomas). Claude no revela un espacio propio, su espacio es la casa de Rapha. Pero las distancias se reducen hasta desaparecer. En el caso de Germain por su obsesión, hasta el punto de que su mujer le pregunta “Y yo, ¿soy un personaje de ficción?”. En el de Claude por su implicación emocional, hasta el punto de que se enamora de Esther. O tal vez no: “No me amas a mí, sino a una imagen”.

Germain había indicado a Claude que el suyo parecía el típico relato iniciático de entrada en la madurez. Pero está claro que se quedó corto, en parte porque no tenía en cuenta su propio papel. Entre todas sus lecciones de creación literaria, explica a Claude como debe reaccionar el lector con el final de una novela: “No me lo esperaba, pero no podía terminar de otra manera”. Y Ozon, una vez más, intenta aprender de lo que dice su propio guión, después de haberse retorcido más y más. Y a su manera lo consigue, porque los mecanismos que ha ido fabricando no se vienen abajo. Las acciones tienen una consecuencia lógica, pero no pierden su complejidad.

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