‘Amor’, de Haneke: la luz del final

Por los35milímetros (David González)

Cuando supimos que la próxima película del imprescindible Michael Haneke llevaría por título algo tan aparentemente contrario a su temática fetiche algo se nos movió en el corazón. ¿Cómo podría un director conocido por sus retratos (y no-retratos) de la violencia y la destrucción en la sociedad y las personas tratar el amor? Sensible, sentida, sencilla y vital. Y conmovedora. Trascendental. Devastadora. La película que le reportó al cineasta su segunda Palma de Oro es todo esto, que no es poco.

El maestro austriaco se encargó de disipar nuestras dudas en Cannes, donde su película era probablemente la más esperada, y donde demostró, una vez más, que tenía más que suficientes razones para levantar tales expectativas. Haneke, orgulloso responsable de algunas de las experiencias más insoportables del cine; por duras, violentas, por su capacidad de enfrentarnos a bocajarro con nuestros miedos y vacíos más oscuros, como Funny Games (1997) o su conocida trilogía de la glaciación emocional -nada menos-, había rodado una película… ¿sensible?

©Brigitte Lacombe
©Brigitte Lacombe

Amor es la historia de Georges y Anne (unos impresionantes Jean-Lous Trintignant y Emmanuelle Riva), un matrimonio octogenario que vive en su piso de París, entre los recuerdos de una vida plena pasada y la cotidianidad de un presente que se antoja próximo a su fin. La pareja ve alterada su plácida rutina por un repentino ataque que afectará muy duramente a la mujer, y por extensión, al hombre. Georges cuida de Anne, cuya salud se va deteriorando poco a poco, a ritmo lento pero imparable. Su hija (la habitual de Haneke, Isabelle Huppert) los visita de vez en cuando, para preocuparse por ellos, e incluso demandar algo de atención. Pero la vida sigue, y seguirá hasta llegar a su fin.

Haneke lo dice desde el principio; para contarnos que esta es una historia de amor, y de muerte, nos enfrenta en la primera escena con Anne, sobre su cama, sin vida, con pétalos de flores alrededor de su cabeza. El maestro del fuera de campo escapa ahora de él y enfrenta a los espectadores con la realidad. Lo que rezuma las imágenes de Amor es nada menos que la vida en su recta final, que puede despojarnos de toda dignidad posible. Es esto lo que mueve a Georges, junto a su amor por Anne: la cuida aún con pesadillas, con parálisis facial, con molestos gritos, con insufribles dolores. Lo que se ve en la pantalla no es agradable, pero es, una vez más, real.

Haneke hace que nos demos de bruces con la honestidad de sus imágenes, pero esta vez, desde un lugar en el que no lo hemos visto antes. En Amor hay emoción, hay sensibilidad, hay calidez. Y quizá eso, en Haneke, deslumbra aún más. En esta película, su cine no descubre nuevos mundos; su sequedad narrativa y su exactitud quirúrgica siguen siendo sus principales aspectos. Haneke orquesta un solemne cine de cámara, casi celestial, en el que las inmaculadas paredes del apartamento de los ancianos nos sirven para enclaustrar sus vidas, conscientes de su destino.

El austriaco se permite jugar con su cine de modos a los que nunca antes se había acercado: retrata por primera vez en su obra un sueño (una inquietante pesadilla de Georges), se pasea por la ensoñación entre vida y muerte, crea un motivo evocador en el que Georges atrapa una paloma que vuela dentro de su pasillo para luego volver a soltarla. Quizás nos esté diciendo Haneke como las personas intentamos atrapar nuestra existencia, para luego tener que soltarla, inevitablemente.

Nos lo preguntábamos antes de conocer Amor: ¿cómo es un Haneke humano? Seguramente, bajo las múltiples capas, o incluso fuera de campo, siempre ha estado ahí.

www.los35milimetros.com

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