‘Los amantes pasajeros’: el artificio de la risa

Por los35milímetros (María Villamarín)

No sabemos muy bien por dónde comenzar a diseccionar lo nuevo de Almodóvar. Vuelve a la comedia pura con Los amantes pasajeros, un género que no abordaba desde Mujeres al borde de un ataque de nervios, y desde aquella han pasado nada más y nada menos que veinticinco años. Los amantes pasajeros deja de lado las medias tintas en lo que al humor se refiere, pero aún así choca con algunos toques tiernos. Es un film salvaje y excesivo.

El avión de la compañía aérea Península vuela con destino a Ciudad de México, pero por un error estúpido no llegará muy lejos y tendrá que realizar un aterrizaje forzoso (con todas las consecuencias terribles que esto puede tener). En él, Fajas (Carlos Areces), Ulloa (Raúl Arévalo) y Joserra (Javier Cámara), son un trío de azafatos que comparten con los pasajeros de la clase business desenfreno, baile y alcohol. La primera clase de este vuelo está lleno de personajes excesivos e intensos, como una famosa madame de lujo (Cecilia Roth), una vidente (Lola Dueñas) o un directivo bancario acusado de estafa que pretende huír del país (José Luis Torrijo).

Personajes que indirectamente están inspirados en gente real y en la situación actual de España. Un panorama tan esperpéntico como la película misma, donde vemos a una clase alta corrupta y despreocupada y a un pueblo al que no se le deja hablar, totalmente dormido, narcotizado como la tercera clase de este vuelo. Por lo tanto, se podría decir aunque la historia de Los amantes pasajeros sucede en un avión tiene los pies muy bien puestos en la tierra.

Almodóvar demuestra así que vivimos en un mundo loco, que la vida no tiene porque ser seria, formal o banal, sino que si está modificada por nuestras alucinaciones o nuestros deseos, mejor que mejor. Y aquí entran en el juego las píldoras -que no píldoras cómicas-. Para combatir el bombardeo de los acontecimientos y resistir el peso de la realidad, los azafatos optan por las drogas. Algo común en los filmes del director, acostumbrado a hablar del tema de una forma a la vez cruda y natural.

Así, personajes a la deriva, a menudo neuróticos, perdidos (o neuróticos perdidos), consumen o buscan desesperadamente narcóticos o fármacos para hacer que la vida sea más ligera. Véase a Marisa Osorio necesitada de ansiolíticos en ¡Átame!, o el gazpacho lleno de somníferos que prepara Pepa en Mujeres al borde de un ataque de nervios. En este caso, agua de Valencia con mescalina para calmar los nervios del personal y dejar paso a la liberación del lado oscuro y excesivo de la mente. Sin necesidad de que nadie oriente a nadie, los amantes pasajeros se dejan llevar por sus impulsos hasta la catarsis.

Los amantes pasajeros merece atención porque bajo esta comedia hay diferentes lecturas. No podemos caer en comparaciones con otros de sus trabajos porque aquí hay moraleja propia. Aquí hay risa pero como mecanismo de lucha contra la negrura y la injusticia. Se deja claro que es necesario un cambio y ¿por qué no tomarlo con humor? Vamos, que hay que reírse también de lo malo, soltarse la melena y dar mucho amor.

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