‘Bárbara’: la sutileza es un grado

Por los35milímetros (Cibrán Tenreiro)

Venden Bárbara como la sucesora de La vida de los otrosCasi como si los films sobre la RDA fuesen ya un género, con una serie de expectativas creadas en los espectadores y, en consecuencia, también de lugares comunes. Al ambientar una película en una sociedad totalitaria, ésta se vuelve el tema inevitablemente. ¿Es posible el amor? ¿Es posible ser feliz? ¿Es posible mantener la integridad a la hora de pensar?

Bárbara es una médica de cierto prestigio que ha sido trasladada a provincias por algún motivo. No sabemos mucho, y ella tampoco habla demasiado. Comienza a trabajar a las órdenes de André, un doctor agradable, pero desconfía de él. Su amante prepara su huida a Dinamarca, donde podrán reunirse. La Stasi sospecha de ella, así que la vigilan y registran su piso. En general, la película se basa en la contraposición de los sentimientos positivos a la atmósfera enrarecida que da el vivir en una paranoia permanente.

Ahí es donde se ve el pulso del director, Christian Petzold (ganador por esta película del Oso de Plata en la Berlinale 2012), que lo construye todo alrededor de una sutileza imprescindible para que todo llegue a buen puerto. Nunca da al público más información de la necesaria, y permite que este trabaje y forme sus hipótesis y juicios (no en vano, se ven varias sinopsis promocionales que explican hechos que no se pueden saber viendo Bárbara). No se marcan los sentimientos con la música, la cámara se mantiene estática casi permanentemente y las interpretaciones remarcan la solidez del guión.

Bárbara (Nina Hoss) y André (Ronald Zehrfeld) son personajes complejos, con conflictos difíciles, y eso hace que ver su relación sea una experiencia intensa. Es, de nuevo, el choque entre una intimidad y simpatía crecientes y el contexto de desconfianza permanente que imposibilita verdaderamente la felicidad.

Al final, no hay nada que patine en una estructura firme y coherente, en la que las relaciones de los médicos con la vida y los pacientes en esta sociedad juegan un rol muy importante para el desarrollo. Las sensaciones que provoca pueden ser potentes y auténticas, y la complejidad lo hace real. No hay manipulación del espectador, y si la hay nos la ocultan maravillosamente. El problema es discernir si es un defecto o una virtud el que parezca que no hay otra manera de contar esto. Desde luego, otro planteamiento lo habría hecho más complicado, pero determinados símbolos y recursos fílmicos se acercan peligrosamente a la falta de riesgo.

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