‘Keep the Lights On’: el (des)amor duradero

Por los35milímetros (David González)

Keep the Lights On, del cineasta estadounidense Ira Sachs, es un complejo y conmovedor retrato de una relación de las que importan, y que alcanza emociones realmente devastadoras.

El amor dura más de una noche. Las relaciones sentimentales se alargan durante semanas, meses y años, y su importancia y profundidad puede llegar a medirse a través del tiempo que duran. Las relaciones no son solo pasión desatada, felicidad ciega y arrumacos continuos, sino que son, y aquí es donde demuestran su valía, momentos difíciles, actuaciones indeseables, perdones y rencores, y demás lindezas.

A menudo, los romances en fotogramas caen en el retrato edulcorado o, por el contrario, excesivamente tremendista, en un pastel o en un pozo de clichés, puesto que, el amor, como sentimiento cenital de las relaciones humanas, apasiona y horroriza, y en todo caso, nubla con alevosía nuestro sentido común. El amor dura más de una noche, pero un retrato inteligente y certero no ocupa a menudo más que unos pocos minutos en una película.

Ira Sachs rompe con eso: reproduce esa noche, y su día, y el devenir de una relación sentimental, durante ocho años, que no es poco. Keep the Lights On monta y desmonta en un incesante vaivén menos placentero de lo esperado a sus dos personajes principales, Erik, un tenaz director de documentales, y Paul, un problemático y joven abogado. Dos hombres -lo de menos- enamorados.

Keep the Lights On mantiene las luces sobre una relación que, con sus altos y sus bajos, se alarga a lo largo de, como hemos dicho, ocho años. En 1998, en el 2000, en el 2003, en el 2006. Erik conoce a Paul a través de una línea telefónica de sexo; Erik, seguro de sí mismo, quiere compartir su vida con Paul, que aún está en el armario. La adicción a las drogas de Paul obliga a la pareja a atravesar más de un bache, Erik conoce a más de un hombre. Sus caminos se separan y se vuelven a juntar, tiempo después, rodeados de sus amigos, a solas, junto a un chapero.

Ira Sachs basa su película, muy bien recibida tras su presentación en la edición de Sundance del año pasado, en sus experiencia vital, en su tortuosa relación con el agente literario Bill Clegg. Desde ahí, quizá, Keep the Lights On alcanza un nivel de intimidad, honestidad y veracidad ciertamente inusitado: ante nuestros ojos, los dos hombres dejan de ser personajes para ser, eso, dos hombres de verdad. El joven Zachary Booth -al que ya pudimos ver, por ejemplo, en la serie Daños y perjuicios (Damages)- da vida a Paul, pero es el actor danés Thure Lindhardt -que vimos, por ejemplo, en Brotherhood (Nicolo Donato, 2008)- el que da vida a Erik, el que realmente consigue que su mirada empatice plenamente con el espectador.

Por otra parte, es la mirada de Sachs la que desarma y desnuda las emociones de Erik y Paul. La felicidad en los primeros contactos junto a una pipa de crack, el pánico y la frustración de Erik durante los días en los que Paul desaparece, el apoyo incondicional del primero al segundo (desintoxicación mediante), la búsqueda de nuevos compañeros sexuales cuando las cosas van más mal que bien. Todo ello cristaliza en un rítmico resultado, que alcanza momentos emocionalmente devastadores, tal y como, por ejemplo, aquel en el que Erik aprieta la mano de Paul mientras este tiene sexo con un chapero, o ese en el que todo se desmorona para no volver a recomponerse.

Keep the Lights On es un ejercicio de profundidad y tacto, inteligencia y sutileza, en el que Sachs demuestra un pulso cinematográfico admirable. Junto a esa sencillez, otorga a la película la dimensión de retrato del mundo gay neoyorquino: Erik rueda un documental sobre el artista Avery Willard. Las imágenes son del film In Search of Avery Willard (Cary Kehayan, 2012); las pinturas son del artista Boris Torres, y la banda sonora es del cantautor neoyorquino de los años 70, Arthur Russell, influencia de buena parte del indie actual.

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