‘Rebelde’, una película para aprender

Por los 35 milímetros (María Villamarín)

Rebelde nos remite a los horrores psicológicos a los que son sometidos los niños desde la infancia dentro de ese caos social y político del Congo, pero tiene también una perspectiva más interior, la que vemos a través de la ojos de Komona, la niña protagonista de esta historia tristeza pero con mensaje esperanzador.

La República Democrática del Congo es conocida por la guerra, por los conflictos armados que en estas tierras tienen lugar y por los niños soldados, los también llamados “niños de la guerra”. Es algo que está ahí desde hace décadas, algo que los medios de comunicación nos recuerdan de tanto en tanto pero que sigue ahí, que es una realidad.

Para contextualizar un poco, hay que tener en cuenta que las milicias rebeldes siguen reclutando y secuestrando niños y niñas para servir en las luchas del país, una práctica que se extiende desde 1996. Otra cosa que transciende de la película es el tráfico y el expolio que hacen Ruanda y Uganda con el coltan, mineral no renovable y del cual el Congo posee el 81% de la reservas mundiales.

La historia de nos cuenta Kim Nguyen en Rebelde (War Witch, Canadá 2012) es la de Komona (Rachel Mwanza). Una niña de doce años que es secuestrada por las fuerzas rebeldes. Después de obligarla a matar a sus propios padres, los militares la alejan de su entorno para comenzar el adoctrinamiento. Y aquí no se escatima en nada: vídeos, uso de magia para engatusar y atar a los pequeños o los estímulos de la leche mágica (un alucinógeno sacado de la savia de árboles).

Komona lucha con lo que puede. Lo único que le queda es su imaginación, todo para combatir la violencia irracional que radica en los rebeldes. Komona (al igual que sus compañeros y compañeras) debe sobrevivir, obedeciendo las órdenes de sus comandantes y quitándole la vida a cualquiera que se interponga. Por eso la vía que escoge es la de buscar alternativas que sirvan de vía de escape. Se mantiene gracias a sus visiones de fantasmas de los árboles (no sabemos si fruto de las drogas o no) que la advierten de la proximidad del enemigo, estos dones sobrenaturales son los que la convierten en la “bruja de guerra”, la war witch del Gran Tigre (Mizinga Mwinga), quien le protege convencido de su poder y a quien ella teme porque como le han contado “su magia es tan fuerte que es capaz de comer hombres”.

Pero, a parte de la dureza, Rebelde es también una bella historia de amor. La que vive con su único amigo el Mago (Serge Kanyinda), un chico albino con quien huye del ejercito para casarse. Esta trama proporciona a la película momentos tiernos y graciosos que dan un respiro al dolor que directamente se siente en cada secuencia (ayudada por los momentos musicales de pop africano). Hay dos visiones, la exterior que nos remite a los horrores psicológicos a los que son sometidos los niños desde la infancia dentro de ese caos social y político del Congo; y una perspectiva más interior, la que vemos a través de la ojos de Komona (afrontando la maternidad, viaje a su pueblo natal para dar sepultura a los fantasmas de sus padres, etc).

Una historia que en principio tira para atrás, se convierte en una gran sorpresa impresionando en la Berlinale y siendo nominada a la mejor película extranjera en los Oscar. La clave está en que a pesar de tanta tristeza, su mensaje es esperanzador. Se deja ver en la posibilidad de empezar una nueva vida en un entorno desapacible. Una mirada original, coherente y madura que hace frente a la violencia más descarnada que hemos visto nunca. Rebelde es una película para aprender en todos los sentidos.

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