‘Mi encuentro con Marilou’, encuentros que no funcionan

Por los 35 milímetros (María Villamarín)

Las dos cosas que más le gustan a Jean Becker de la vida son las relaciones humanas y las emociones. Las películas suponen el soporte, el medio para dar muestra de ellas y hacer saltar el resorte de los sentimientos. En sus trabajos podemos encontrar desde la tristeza a la alegría, podemos ir de un momento a otro en apenas segundos, algo así como ver reflejada en la pantalla grande la vida misma.

Con cada escena de Mi encuentro con Marilou (Bienvenue parmi nous) aprendemos algo pues no hay tiempo que perder. Lo hemos visto en Conversaciones con mi jardinero (2007), cuando el personaje interpretado por Daniel Auteuil (un reconocido pintor) regresa a su pueblo natal y allí se reencuentra con un viejo amigo de la infancia que será ahora su jardinero. De su convivencia diaria, el pintor descubre a un hombre franco y con una visión simple del mundo. No entiende su profesión artística, ni las reflexiones que recaen sobre los cuadros que pinta, ni su modo de vida pero posee un sistema de valores propio, y es fiel, agradecido y, sobre todo, feliz.

En Mis tardes con Margueritte (2010) se propiciaba otro encuentro especial entre Germain (Gérard Depardieu) y una anciana llamada Margueritte (Gisèle Casadesus) que le descubre la literatura y su poder para entender mejor el mundo a través de la lectura, algo que hará cambiar su relación con los demás. Por lo tanto, vemos que el mismo esquema se repite: el descubrimiento de emociones, escondidas en el interior del ser humano, el reflejo de las relaciones (de la amistad) y, todo esto, mostrado mediante un encuentro de dos personas que jamás se conocerían en circunstancias ‘normales’.

Un tercer punto sería la moraleja final: párese a hablar con la gente, hay que estar abierto a aprender de los demás, todos (uno más que otros) tenemos la facultad de sentir, otra cosa es que sepamos expresarlo. Siempre volvemos sobre lo mismo pero tenemos en frente a personas (personajes) diferentes. Todo para convencernos de que no tengamos miedo, de que no hay que temer el contacto aunque después, en la realidad, cada uno es como es.

A raíz de su nuevo trabajo Mi encuentro con Marilou (2012), Becker contaba en una entrevista que cuando era joven, después de hacer su primera película, se quedó dos años sin trabajar por el poco éxito que obtuvo. Dijo que no fue un momento agradable pero él optó por salir a la calle y refugiarse conociendo gente nueva, o dígase, desconocidos. Podríamos estar hablando de Taillandier (Patrick Chesnais), el mismo protagonista del film. Un pintor que atraviesa por un momento creativo y personal bastante malo, harto de todo, abandona su casa para hacer un viaje en solitario que le ayude a superar ese bache. Una noche de tormenta conoce a Daniela (Jeanne Lambert), una adolescente que ha sido abandonada por su madre pero que a pesar todo se muere de ganas por vivir, por conocer, por agotarse.

Y así van a vivir durante unos días, primero de hotel en hotel, después en una casita alquilada cerca de la playa pero lo más importante es la relación que se establece entre ellos. Un relación protectora, de padre e hija, que le devuelve a Taillandier las ganas de pintar sin presiones, de disfrutar de su trabajo, que lo rescata del pozo en el que se había metido y le hace sentir de nuevo útil. Becker utiliza este encuentro tan cogido por los pelos para transmitir de nuevo su mensaje. Es su manera para que entendamos mejor el mundo como hacía Margaritte (con dos tt) con la literatura, hacernos comprender que si nos emocionamos y entendemos a los demás aunque formen parte de la ficción seremos un poco más especiales. La pena es que ha quedado en un intento donde nada, salvo la interpretación de Chesnais y Lambert, logra alcanzar la historia, la sensibilidad de los personajes y los detalles de Conversaciones con mi jardinero.

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