Por Sónia Marquès Camps

¿En qué momento de nosotros mismos nos perdimos, dejando de ver claro o percibirnos tal y cómo éramos; dejando de conectar con nuestra esencia, con lo que queríamos ser, con quien ya éramos de pequeños?

De niños, éramos. Sin miedo, éramos. Sentíamos que éramos lo que queríamos ser. Creíamos firmemente en ello. No había miedos que impidiera hacernos pensar que no seríamos lo que anhelábamos ser, porque ya lo éramos. Lo sentíamos así.

No había límites a nuestra capacidad de creer, de soñar. ¿En qué momento dejamos de soñar? ¿En qué momento dejamos de creer en nuestros sueños? ¿En qué momento dejamos de creer en lo qué éramos o podíamos llegar a ser, en lo que queríamos ser?

Cito a Alejandro Jodorowsky con una frase que me encanta: “Ya eres lo que quieres ser”. Ya somos lo que queremos ser. Y voy un poco más allá con esta idea de que seguramente, de niños, ya éramos lo que queríamos ser.

De niños, jugando, creando, montando en una bicicleta, soñando, conectando con nosotros mismos, que era algo tan fácil, y no contaminado por miedos, inseguridades o grandes pensamientos que paralizan, ya éramos lo que queríamos ser.

No había nada que impidiera creer que llegaríamos a ser lo que ya éramos. ¿En qué momento dejamos de creer en ello? ¿Qué nos ha impedido (y desde cuándo) seguir creyendo en esto; en nosotros mismos?

Si es imposible pensar en estos miedos, experiencias, vivencias, pensamientos que truncaron nuestros sueños progresivamente, a lo mejor no es tan difícil tratar de recuperar aquella esencia tan pura, tan clara, que teníamos, que sentimos, y que todavía llevamos dentro. Porque somos nosotros mismos. Y ser felices por el simple placer de reencontrarnos con esto.

(Es solo una idea, sin ánimo de ser ninguna verdad, y por si sirve como reflexión)

@soniamarcamps