Nuevos modelo de cuidados en gerontología

Teresa Martínez Rodríguez, doctora en ciencias de la salud, licenciada en psicología y experta en gerontología social, ha impulsado un modelo de atención centrado en las personas y ha trabajado en investigaciones y guías de recomendaciones.

Por Sonia Marqués Camps

Compartimos las reflexiones sobre lo que ocurrido en las residencias de personas mayores, donde las muertes se han contado por miles: 30.000, desde el inicio de la pandemia. La covid nos enfrenta a las carencias que tenemos en el modelo de cuidados, explica Teresa Martínez. Y una de las respuestas, en su opinión, está en los cuidados en casa y en la vuelta a la participación comunitaria, donde las personas mayores reciban y ofrezcan apoyos en un nuevo marco social más coordinado.

¿Cuál es su análisis de lo vivido en las residencias de personas mayores?
Ha sido muy duro y difícil. Y sin pretender generalizar, porque ha habido buenos ejemplos en muchos centros, creo que la covid ha sido como un tsunami que nos ha quitado la venda y nos ha enseñado carencias muy diversas, no solo en residencias, sino en el modelo de cuidados de larga duración. Que ya sabíamos, pero que íbamos dejando pasar. Aun cuando es cierto que nos hemos enfrentado a una situación con un virus desconocido para todos, para las residencias, el sistema de salud e incluso para los científicos, y que eso ha generado muchísima incertidumbre y muchísimas dificultades a la hora de abordarlo. De cara al futuro, quiero tener una mirada positiva y pensar que esta situación nos enfrenta a hacer un gran esfuerzo en España y en otros países para poner a las personas en los centros de los cuidados. No solo a las personas mayores, sino a otras personas que los necesitan, como las personas con discapacidad. El primer aprendizaje es que las personas queremos ser cuidadas y envejecer en casa. Y que las residencias tienen que ser de otra forma. La covid ha evidenciado que no son lugares para afrontar una situación de contagios ni sitios muchas veces para envejecer con una calidad de vida acorde a nuestras preferencias.

¿Nos servirá para tomar consciencia social del trato a la gente mayor?
Esto va a depender de muchas cosas, de cómo nos situemos individualmente como ciudadanos o como colectivos, y se haga desde todos los ámbitos, profesionales, asociaciones, etc. No cabe duda de que tenemos una oportunidad para reflexionar, para mirar de frente lo que es la vida, la vejez y los cuidados. Y más allá de si habrá responsabilidades jurídicas, con informes que hablan de transgresión de derechos, y donde ahora tiene que actuar la Justicia, hay una responsabilidad social, sin duda, que nos afecta a todos, y no solo a las administraciones públicas. Y ya vemos ahora que cada comunidad autónoma está desarrollando sus propuestas de reformas.

Teresa Martínez Rodríguez, gerontóloga social.
Teresa Martínez Rodríguez, gerontóloga social.

El edadismo social, la discriminación por edad, ha sido muy manifiesto.
Hemos visto cómo personas mayores en algunas comunidades autónomas han tenido negado el acceso a los hospitales. Pero esta discriminación por edad ha aparecido de diversas formas, incluso en el lenguaje, a la hora de llamar a los mayores, con expresiones como “nuestros mayores”, que denota un exceso de paternalismo y homogenización de la vejez. Y eso es fruto de la mirada que tenemos hacia las personas mayores. Pienso que aquello que no tratamos con reconocimiento, con valor, es muy difícil que se traduzca después en medidas acordes a derechos de las personas, con independencia de la situación que tengan o de la edad. La covid nos ha puesto el espejo delante y nos ha hecho ver que estamos en una sociedad que no mira el valor hacia las personas que precisan cuidados o que tienen una edad avanzada. Pensando además -y este es el estereotipo mayor- que todas las personas mayores son iguales. Lo hemos visto en las medidas muy restrictivas que no miraban el riesgo individual, sino que por el hecho de más edad parecía que todos los mayores tenían que estar protegidos en una urna de cristal.

¿Se han tenido poco en cuenta las consecuencias psicológicas?
Cuando se habla del daño emocional durante el confinamiento, hay estudios que dicen las personas mayores son las que menos efectos psicológicos han tenido, porque son más resilientes, tiene más estrategias para abordar las dificultades de la vida. Los grupos de edad que más han sufrido han sido los más jóvenes. Es curioso, ¿verdad? Porque no es lo que a veces pensamos y es un dato que va contra pronóstico del imaginario social. Hablamos de personas mayores en general, porque las residencias van a aparte. En residencias podemos decir que se ha producido un impacto psicológico negativo, puesto que las personas mayores se han visto sometidas a un doble confinamiento.

Ha faltado la protección emocional.
Las personas en las residencias se han visto en situaciones de restricción, de falta de contacto, sin poder ver a sus familiares. Han tenido muchas veces que estar en sus habitaciones sin poder salir y con una dificultad enorme de relacionarse, con profesionales que iban cubiertos con epis, etc. Ha sido muy difícil para estas personas, para muchas familias y profesionales que lo han sufrido. En España, en ocasiones hemos pecado de medidas demasiado extremas en relación a otros países que desarrollaron otros protocolos de cómo hacer visitas seguras. Hemos sido demasiado temerosos y demasiado restrictivos, seguramente, por el tipo de residencias que tenemos, y eso ha generado daños. He escuchado testimonios del tipo: “Tengo 85 años, y para mí, un año de encierro no es como cuando tenía 40. Si tengo que estar un año más sin ver a mi familia, con estas restricciones, sin poder dar ni un paseo o hacer cosas que me gustan, no sé si merece la pena seguir viviendo”. Las residencias son espacios colectivos, donde no ha sido posible por el riesgo de contagios tomar decisiones de forma individualizada. Pero en la balanza tenemos que poner los riesgos de contagio y el riesgo de otros daños, y eso es lo que no se ha hecho muchas veces.

¿Se ven las secuelas?
Hay estudios en residencias que muestran que ha habido mayor deterioro funcional, mayor tristeza, ansiedad, mayor deterioro cognitivo. Y en las personas con demencia, mayor agitación y alteraciones del comportamiento. Se han producido daños y deterioros en la salud y se irán viendo los resultados.

¿Cuál ha sido el impacto en los profesionales?
En este colectivo, la covid ha generado ansiedad y un fuerte impacto emocional. Se habla de niveles altos de estrés en hospitales y también en residencias, que han sido injustamente más olvidadas. En el aplauso desde los balcones a las batas blancas faltó este apoyo a los profesionales en las residencias. Aquí tenemos otro aprendizaje importante, y es que los profesionales que imparten cuidados, en las residencias, en casa, etc., necesitan ser cuidados, porque si alguien no está bien es imposible que cuide bien. En esta pandemia, los profesionales de cuidados de larga duración han hecho esfuerzos en general con pocos recursos, con pocos medios de protección y a veces con una formación insuficiente con todo lo que nos ha venido encima. Y esto nos pone muchísimos deberes: en relación a la formación, a la atención integral, o a la coordinación sociosanitaria, que la tenemos todavía sin resolver en este país. Y sobre todo, pasa por una conciencia e implicación social y administrativa en la cual los profesionales del cuidado reciban más apoyo y reconocimiento. Pasa por formación, como digo, pero también por pagar mejor y tener unas mejores condiciones laborales. Todo ello, dentro de un nuevo modelo de cuidados en nuestro país y en las distintas comunidades autónomas donde se defina qué es la calidad y se evalúen resultados vinculados a calidad de vida. Contemplando aspectos de salud pero también de bienestar emocional y de protección de derechos, con resultados públicos y transparentes.

¿Cuál sería un buen modelo de cuidados?
La lección aprendida es que las personas queremos vivir en casa, envejecer en casa, y cuando necesitemos cuidados, que estos puedan llevarse a cabo allí, con apoyos diversos. En este sentido, los distintos recursos de ayuda a domicilio que tenemos requieren también un replanteamiento, donde haya apoyos personalizados e integrados entre servicios sociales y salud y en coordinación con el resto de la comunidad. Porque no todo debe basarse en recursos profesionales. La acción de la comunidad, del voluntariado, debería estar implicada, coordinada, para que las personas podamos vivir en casa con servicios muy flexibles, que respondan a nuestra situación, a nuestras necesidades. Un modelo que permita a las personas mayores seguir en contacto con la comunidad, siendo parte de ella, recibiendo apoyos y también pudiendo aportar. Porque aunque sea una persona mayor dependiente puede contribuir con un montón de cosas.

¿Y el modelo en las residencias?
Seguirán siendo necesarias, pero la mayoría precisan un cambio radical. Deben ofrecer cuidados profesionales, pero en un entorno hogareños, huyendo del ambiente y modo institucional, de la atención estandarizada donde la persona pierde el control de su vida. La idea es que “cuando no se pueda vivir en casa se pueda vivir como en casa”. Esto es lo que las personas queremos.

¿La respuesta comunitaria es clave?
Necesitamos una mejor vejez y esto reclama una mejor sociedad. Una clave está en esta vuelta a la vida comunitaria. Las personas necesitamos cuidados y somos cuidadores a la vez. El ser humano no puede vivir solo. Hay que repensar las ciudades, con entornos comunitarios que cuiden, donde nos impliquemos todos. Es un horizonte necesario, y yo además diría que precioso. Esta pandemia, si la sabemos aprovechar, nos ofrece importantes oportunidades. Y desde luego, mucho trabajo. De hecho, estamos ya inmersos en planes para cambiar. Esperemos tener pronto resultados.

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